Un título alternativo de este libro podría ser Una historia concisa de la economía de plantación del Caribe. Frank Moya Pons, el historiador más leído de la República Dominicana, se propuso escribir un libro que revela las similitudes estructurales de las economías caribeñas de diversa afiliación colonial y las continuidades de su experiencia a través del tiempo histórico. Su propósito es devolver el equilibrio a una historiografía que alimenta la percepción del Caribe como una región de “fragmentación caleidoscópica” que es, en su opinión, engañosa porque cuando uno mira de cerca las continuidades estructurales del sistema de plantaciones, uno puede entender el Caribe solo como un sistema económico orgánico, como un corazón palpitante que continuamente bombea azúcar y otras mercancías al mercado mundial a través del Atlántico, mientras que al mismo tiempo consume millones de vidas extraídas a la fuerza de África y otras partes del mundo (págs. x-xi). 

La deuda intelectual del autor con los teóricos de las plantaciones es evidente, al igual que la influencia de la teoría de los sistemas mundiales. Vuelve a estos temas en el epílogo donde afirma:

el sistema de plantación (es) la estructura subyacente que hizo que las economías del Caribe fueran muy similares entre sí, a pesar de las variaciones ecológicas y políticas... Las conexiones que unían las plantaciones del Caribe con África, Europa y América del Norte, tanto antes como después de la Revolución Industrial son cruciales para comprender el surgimiento del capitalismo como sistema económico mundial. Ninguna otra institución desempeñó el papel que desempeñó la plantación en la integración del Caribe a la economía mundial. (p. 309) 

El enfoque de Moya Pons es el del historiador, pero es una historia que se ancla en el análisis del motivo económico de la colonización, la guerra y la migración forzada; las estructuras que se crearon; los cambios demográficos que se produjeron y las fuerzas sociales a las que dieron lugar. Detrás de la sucesión a veces desconcertante de cambios en la propiedad colonial, revoluciones y restauraciones e interacciones étnicas, características de la historia de la región, [Moya Pons] busca mostrar una lógica subyacente que constituye el pegamento de la experiencia caribeña.

Sin embargo, este no es un libro de simple determinismo económico. Las particularidades y variaciones que se dan desde el tamaño, la topografía, la idiosincrasia metropolitana, los eventos naturales y las resistencias subalternas son ampliamente tratadas. Los acontecimientos políticos en las colonias caribeñas forman el telón de fondo –a veces condicionado, otras veces condicionante– de la evolución de la economía de plantación caribeña; mientras que las formaciones sociales asumen diversas formas.

El libro está organizado en veinte capítulos cuyos temas combinan la secuencia temporal con el enfoque temático. Esto facilita la exposición del mensaje subyacente. Cada capítulo se subdivide en secciones que elaboran o matizan el tema elegido; los encabezados de sección cuidadosamente titulados alertan al lector sobre el flujo de la narración.

Algunos capítulos tratan sobre el auge y la caída de las economías azucareras del Caribe a medida que evolucionaron desde el siglo XVI hasta principios del XX, destacando el papel que jugaron los monopolios coloniales, el libre comercio y la trata de esclavos, tendencias en producción, exportaciones y precios, y el cambio tecnológico que conduce a la aparición de centrales y colonos. Otros presentan el papel de los corsarios y el contrabando, el comercio y las guerras; las revoluciones estadounidense, francesa y haitiana; abolicionismo y crisis; nuevos campesinados; migración y proletarios; y el surgimiento de las modernas corporaciones azucareras.

El autor no pasa por alto el papel que juegan otras mercancías: el oro, el añil, el jengibre, el ganado, la sal, el tabaco y el café aparecen en escena, aunque eventualmente se conviertan en espectáculos secundarios al azúcar. La claridad de la exposición y la capacidad de mantener un hilo conductor a la narración es un logro notable, dada la amplitud y complejidad de los temas tratados. Sólo podría ser posible por un autor que tiene dominio total sobre su material, como obviamente lo hace Moya Pons.

Sabiamente, en un libro de este tipo, Moya Pons ha optado por no abarrotar su texto con notas al pie o al final o con referencias bibliográficas en el cuerpo del texto. En su lugar, ha proporcionado al lector un apéndice que contiene una guía bibliográfica de cada capítulo. Esta guía en sí es un recurso que vale la pena tener. La lista tiene veintiséis páginas impresas y al menos 400 entradas, en su mayoría de libros, en tres idiomas regionales. ¡Él nos dice, quizás con ambición, que esta es una “lectura esencial”!

Otro resultado agradable de esto es que los datos sobre producción, precios y flujos de mano de obra se entretejen en la narrativa, en lugar de colocarse en tablas estadísticas separadas. El énfasis está en contar la historia, no en probar un caso. El inconveniente es que es difícil comparar fácilmente los datos, por ejemplo, sobre la producción de azúcar de un país a otro o de un período de tiempo a otro. En ese sentido, si bien este es un libro de gran erudición, no es, estrictamente hablando, un libro técnico.

El investigador puede utilizarlo como una introducción al tema y como una guía para lecturas adicionales sobre los temas particulares de interés. El estudioso de la economía de las plantaciones lo utilizará como una descripción general concisa de su evolución a través del tiempo. Los historiadores, sin duda, encontrarán declaraciones específicas de hechos o interpretaciones históricas con las que discrepar en el texto de Moya Pons. Mi propio interés es el de un economista del desarrollo con un interés de larga data en la teoría de la economía de plantación.

Desde este punto de vista hubiera sido útil ver más discusiones sobre las consecuencias económicas del sistema de plantación en la economía local en las diferentes permutaciones destacadas en el libro. El tema se analiza en un capítulo sobre las economías azucareras del Caribe en el siglo XVIII (cap. 8).

El autor destaca que, en cada etapa del ciclo en el negocio azucarero, el beneficio se acumula para el empresario y que el financiamiento de las colonias azucareras, inicialmente proveniente de capitales europeos, “terminó revirtiéndose”. Las ganancias ayudaron a financiar el desarrollo del capitalismo comercial e industrial en Europa, y se invirtió muy poco en infraestructura local (p. 106). 

El capítulo sobre los circuitos comerciales del Caribe en el siglo XVIII (cap. 9) también muestra cómo las economías azucareras estaban enredadas en el sistema mundial en evolución del comercio y la producción capitalista. A lo largo del libro, también vemos cómo el colapso de las economías de exportación basadas en materias primas conduce a una prolongada depresión y crisis en la economía local. En algunos casos, especialmente en el siglo XIX, el surgimiento de “nuevos campesinos” es directamente atribuible a esto.

Sin embargo, el autor no vuelve al tema de las consecuencias del desarrollo en el contexto del declive de las “viejas” economías azucareras en las Indias Occidentales británicas y francesas, y el surgimiento de las “nuevas” economías azucareras en el Caribe español y estadounidense en el siglo XIX y principios del XX. Aquí, como en otros lugares, la atención se centra en los cambios demográficos y sociales asociados. Sin embargo, uno es cauteloso al sugerir que este tema debería haber sido tratado, ya que hacerlo habría impuesto una carga adicional de contenido y extensión a un libro cuya amplitud y profundidad ya son bastante considerables.

El autor es muy consciente de las limitaciones de este libro, ya que nos dice que tuvo que omitir importantes temas sociales y culturales, como la forma en que vivían los esclavos, el papel de las familias y las mujeres, muchos acontecimientos políticos, la salud y la educación, y la cultura y los fenómenos religiosos (pág. xi). Como bien dice, haber tratado todo esto hubiera requerido una obra de varios volúmenes: para mostrar la uniformidad estructural de las economías caribeñas, tuvo que restringirse a algunas variables básicas.

La historia termina con el impacto de la Gran Depresión de la década de 1930. El autor ve esta como un gran punto de inflexión: después de ella, el azúcar caribeño entra en un secular declive y la uniformidad estructural de las economías regionales se desvanece. Los teóricos de la economía de plantación argumentarán que las uniformidades estructurales continuaron en la forma de las nuevas industrias establecidas por las corporaciones multinacionales en el Caribe en el siglo XX. Esa es la tesis del libro publicado recientemente en coautoría de Lloyd Best y Kari Polanyi Levitt. (Ver Lloyd Best y Kari Polanyi Levitt, Essays in the Theory of Plantation Economy. Mona: UWI Press, 2009).

El libro de Moya Pons sirve como un excelente compañero para Best y Levitt, al proporcionar los contornos históricos reales del flujo y reflujo de las economías de las plantaciones del Caribe durante cuatro siglos y medio. Otros académicos verán que la divergencia en las trayectorias económicas del Caribe comenzó mucho antes en el tiempo histórico. La diversidad de experiencias es una de las características centrales del reciente libro de Bulmer-Thomas sobre el desarrollo económico del Caribe desde las guerras napoleónicas, que trata en detalle la evolución de la producción y el comercio en las economías individuales del Caribe (Ver: Victor Bulmer-Thomas, The Economic History of the Caribbean since the Napoleonic Wars. Cambridge: Cambridge University Press, 2012).

Para un libro de este tipo, el texto de Moya Pons actúa tanto como introducción y como proveedor del “panorama general”. Para este reseñador, por tanto, el libro de Moya Pons triunfa como complemento de la teoría económica basada en la historia al igual que como una introducción a la historia detallada.

(Publicado originalmente en Caribbean Studies, Vol 41, No. 1, Enero-Junio 2013, páginas 225-229)

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Norman Girvan (1941-2014), académico y destacado economista e historiador jamaiquino, secretario general de la Asociación de Estados del Caribe entre 2000 y 2004.