René no alzó vuelo porque sí. No se alejó de la isla por aventuras o ambicionar fortuna. Buscó refugio en la distancia, para afianzarse lejos de las hostilidades y adversidades capitalinas. En su haber tenía a honra dos manchas indelebles: su sensibilidad humana extrema y su innato talento creativo singular. Jamás creyó en las palabras como armas de futuro para desatar las primaveras auguradas por Neruda. Prefirió la palabra esencial, el juego demiúrgico imperecedero. Supo, con claridad, que las ideologías y su justicia son cosas pasajeras, circunstanciales. De ahí que, gracia a su bucólica coraza provinciana, prefiriera nadar contra corriente, optando abiertamente por las provocaciones lúdicas de Julio Cortázar, Haroldo de Campos y Nicanor Parra, en sus propuestas de caminos inéditos para contar y cantar la cotidianidad; y que, asimismo, congeniara con el inteligente e hiriente humor cerebral de Jorge Borges, y las discretas invenciones de Octavio Paz. 

Las primeras agresiones vinieron de ese lado, de sus colegas escritores, por su negación a sumarse al fervor constitucionalista y antimperialista sesentista, a las denuncias sociales de los literatos en contra de una justicia social aún en manos de los lacayos de un Trujillo, reinventados en sus crueldades en los doce años de gobierno balaguerista. Aunque solidario con la justa causa de los creadores de postguerra, orientó su esfuerzo creativo, desde el principio, hacia aspiraciones estéticas de mayor trascendencia. Se supo artífice del lenguaje, y a su cultivo se dedicó con vehemencia. El vilipendio fácil, la furia envidiosa de los pares apandillados jamás lo venció. Abrió sus alas hacia si mismo y se hizo ermitaño, creció hacia dentro, acentuándose en sus propias luces y sombras. De ahí, la original y abundante cosecha literaria que nos ha legado, acaso la más importante de los escritores que descollaron en la década de los setenta.

Por otro asedio, el de la cruda realidad socioeconómica imperante en la media isla, que obligaba al pluriempleo y a la desidia creativa, se vio forzado a emigrar, como muchos de su generación, en pos de un discreto “sueño americano”, el de la vida digna. Allende el mar, se hizo inmune a las intrigas de las pandillas. En contacto con estéticas mundialistas, René afianzó su discurso literario distinto. Con originalidad y, sobre todo, constancia, se concentró en producir una obra narrativa y poética que ya es referente imprescindible en el contexto finisecular de nuestra literatura. Incapaz del odio, campechano y caballeroso, mantuvo vivo el vínculo con el lar de origen, regresando una y otra vez, con su sonrisa y anécdotas a cuestas, y una maleta cargada de libros y sueños novedosos que generosamente compartía.

 

A continuación, permítanme compartir el análisis literario con el cual entré a su universo creativo.

Cuando la soledad tiene rostro y nombre de mujer 

(A propósito de “La radio y otros boleros”)

No sé si le pasó lo mismo a toda la edición de la obra “La radio y otros boleros”, Premio Anual de Cuentos 1996, otorgado por Secretaria de Educación Bellas Artes y Cultos. Lo cierto es que el ejemplar que me hizo llegar René presentaba una agradable confusión, que me hizo saborear el primer cuento de la colección de una forma singular. Titulado erróneamente como “Laura baila sólo para el texto” se presentó ante mis ojos virgen, exquisitamente profuso. Sólo descubrí que el sujeto que narra en primera persona toda la historia, era nada más y nada menos que un simple inanimado aparato, una radio, y que Laura brillaba de ausencia. En verdad agradezco a esa errata de paginación haberme liberado de esa limitación innecesaria que acaso ofrecía el titulo original; nada mitigó el acertado, y para mi sorprendente, remate.

El cuento “La radio” presenta un estilo narrativo ameno. El autor eficientemente logra asumir la racionalidad imposible de los objetos que pueblan el espacio cotidiano, adueñándose de las características humanas que los rodean. Desde inamovible pedestal, un radio de pionera estampa, de atmósfera inicial que refiere la caída del régimen trujillista, nos hace participes de décadas de historias de una familia dominicana común. Hasta leer este cuento, fácil resulta como axiomática verdad que los radios hablan; acá se estira esta generosa afirmación hasta considerar la posibilidad de atribuirle, al parlanchín invento. capacidad de pensar y de sentir.

El radio en cuestión, a partir de sus metamorfosis fonéticas, desde los efluvios de las propagandas de la tiranía, el rosario, las prohibidas y furtivas alocuciones de la revolución cubana, hasta las melifluas voces de boleros para cortarse las venas, nos narra impávido las biografías recientes de nuestra sociedad.

El siguiente texto, “Cuestión de estrategia”, es un relato aromatizado con letras de una melosa canción de Palito Ortega. En el mismo, el autor se atreve a contar desde la sicología femenina, en interesante proyección del lado femenino que indudablemente cada ser humano posee. Aquí, la estrategia de la protagonista es de seducción. La joven mujer, estudiante universitaria, no se muestra ajena a la sensiblería de las novelas del corazón; se dispone a golpe de carne y carmín a conquistar a ese galán prototípico, con pecado y pinta de intelectual: “Ya lo he seguido por los recitales y conciertos, las exposiciones de pintura, los cines, los parques, los museos “. Este personaje muy “pagado de sí mismo “, acaso el escritor irresistible que queremos ser responde al nombre de Javier. Dada su naturaleza omnipresente, como se deriva del hecho de encontrarlo en muchos de los cuentos restantes, Javier se convierte en personalidad masculina obligatoria al referir la narrativa de René Rodríguez Soriano; igual que lo son, ya en el plano femenino, las inevitables Laura y Julia. El ego del valentino criollo quedará satisfecho ante la osadía de la musa mulata de turno que se atreve, en ritmo de bolero, a luchar por él.

Con una titulación bullanguera que no distingue de idiomas al momento de tejer sus tramas simples, lineales, René Rodríguez Soriano, nos introduce en su noria de nostalgia, tomándose todos los riesgos que este tipo de escritura encierra, a través de personajes harto conocidos. En todo caso, los héroes o antihéroes románticos de René llevan una carga demasiado pesada, la de su soledad, así como las peripecias del mundo de fantasía que, como locos enamorados o tontos simples, crean y creen. 

“And I love her” es una agridulce separata, que deviene en parodia del género de evasión sentimental, de las secuencias infinitas de celebres autoras rosas como Corín Tellado y Barbara Cartland, (a nadie extrañe que la damisela utópica de tumo tenga el nombre de Bianca, igual al de la colección inglesa de entrega semanal); eso sin desestimar elementos de aventuras, coma la ambientación campera característica de Marcial La Fuente Estefanía, que le permiten -y nos permiten– dejar aflorar las caracterizaciones heroicas que llevamos dentro. Para este cuento en particular no resulta descabellado imaginar una edición con las ilustraciones, papel y tipología de bestseller romántico o western.

La mayor diferencia con los géneros referidos, obviamente manejo del lenguaje aparte, acaso sea la economía de detalles descriptivos que obliga al uso de la imaginación para completar la trama, sobre todo cuando los tópicos están relacionados con las ausencias y posibles regresos de Bianca.

En este trabajo de largo aliento, pues supera las medidas regulares del género, sobresale la prosa ágil, no comprometida, sin complicaciones; el tiempo aparece tratado con ligereza, los hechos suceden con prisa, el lector accede superficialmente a la experiencia de los viajes y a los grandes cambios personales. En este cuento, la tía joven que se presiente eje central del ermitaño protagonista, ciertamente le marca la vida hasta la tragedia induciéndole un indefinido celo como de freudiano Edipo, así como Bianca lo refiere a prolongadas estaciones de alegría y tristeza, de soledad.

“Una muchacha llamada Josefina” es otro ejemplo de la narrativa personal, siempre con perfume de mujer, de Rodríguez Soriano. Como siempre, sus personajes, él y ella, aparecen caracterizados con desmesura real maravillosa, buscan la distinción hasta la sátira. Otra vez es él, obsesionado, perdidamente, absurdamente loco enamorado de una contemporánea ninfa de cuya existencia sólo tenemos la racionalidad de un nombre.

En “Casi nada ha cambiado” el autor retoma la referencia exótica superficial, el turismo de sabor modernista entre gente y culturas distintas, como anzuelo para incentivar la fantasía. Continúan las tramas cotidianas y domésticas, ya un tanto gastadas a fuerza del paso inexorable del tiempo y la costumbre. Este cuento, o mejor relato, a compás de monólogo interior no plantea situaciones desbordadas para llamar a la atención, sencillamente nos refiere a la crudeza de la simple existencia.

“Killing me softly”, con su titulación de balada rock aguardientosa, nos confirma el perfil de la mujer amada o presentida: siempre intelectual y bailarina, una vez más musa merecedora de toda veneración. Esa mujer utópica, en tanto aspirada, se desvela a través de un texto experimental donde el dilema del amante deviene en enfrentarla con vehemencia, mediante una adecuación simbólica, más allá de cualquier plano romántico, a través de una analogía poética, o mejor, de una tesis de la creación literaria. El objeto del deseo, la musa, es la obra; el amante lo encarna el creador. Una tercera voz marca el ritmo y apadrina al lector en su inocencia o ignorancia, a lo largo de una accidentada trayectoria retórica.

En “Laura me espera al cruzar aquella puerta” se aprecia la afición de René Rodríguez Soriano por hacer de su nostalgia, un lugar común. El autor insiste en asociar anímicamente su urgencia de compañía a objetos y situaciones. Parecería que paisajes y sentimientos representan entes indisolubles, partes constituyentes de una misma esencia.

Este libro resuena como un continuo bolero que trata de aprehender la realidad a partir de su prisma meloso, agridulce, de su enlatada esencia de bohemias y vacíos sublimados. Y es bolero por ese diálogo en primera persona que compromete. Así lo hace en el cuento “Cuando llegues, ponlo en play y adiós…”, cuando, al recuperar el gusto por el espacio urbano, coloquial, cortazareano, y los elementos de su inmediatez, René establece conexiones con nuestro universo generacional (autores, lugares, atmósferas, mitos y carencias de las últimas dos décadas), especialmente con Martha Rivera y su novela de nombre que también recuerda, cuando olvida, un bolero.

En “Cama y mesa”, Soriano reafirma la condición omnipresente de Javier (nótese la rima asonante de los nombres).  Su desahogada prosa poética muestra la constante actitud del hombre moderno de postergar, en baladíes excusas, las cosas verdaderas de la existencia, como confirmando el pensamiento de John Lennon, para quien la vida realmente es lo que pasa afuera mientras obcecadamente se pierde el tiempo planificando. Lo anterior casi nos hace concluir que en la narrativa de este autor criollo ninguno de los personajes aspira a la existencia real, cuanto real pueda ser la realidad en una narración.

En “Desesperadamente buscando a Claudia”, el cuentista hace voto de devoción eterna a sus divas. Sus mujeres preferidas son Greta Garbo, Liz Taylor o Marlene Dietrich; siempre mujeres imposibles, de sensualidad desbordada hasta el mito. En sus coordenadas citadinas, Claudia asemeja una mujer cierta, inmediata, pero a poco metamorfosea en imagen febril y alucinada, donde no es sino “la [Claudia] Cardinale”, otra de sus glamurosas amadas hollywoodenses. 

En “Lucy in the sky with diamonds” el autor reafirma la soledad como eje axial de esta producción. Nuevamente fluyen las confesiones de un Robinson Crusoe urbano que constantemente redefine su utopía, inventa razones para esperar por mujeres escurridizas e improbables; para buscar en la ficción, que en este contexto literario es doble ficción, a la pareja, al complemento de su cotidianidad, soñando con una felicidad que la realidad aparentemente no le ofrece. Lucía, la que él quiere, retomará los olores y sonidos de Remedios la Bella, personaje de la centenaria mitología garciamarqueana, con todo y su vocación cristiana de levitar o ascender hasta los confines del cielo.

Por último, “Laura baila solo para mí”, el cuento del afortunado trastrueque inicial, es una criolla y paranoica versión de Cenicienta, que viene a reafirmar esa peculiar y densa atmósfera de toda su narrativa, de su perenne mitificación de la mujer. En esta ocasión, su Laura reincidirá para revalidar sobre su condición de onírico ángel, sus indiscutibles dotes de sirena.

En fin, René Rodríguez Soriano se nos fue de la isla una vez, pero no se fue, como reza una curiosa campaña comercial, mundo de la creatividad pagada con el cual él se llevaba perfectamente. Al igual que ahora, que se nos va a la eternidad, volverá siempre, porque está llamado a vivir eternamente en su obra abundante, entrañable y notable.  

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Fernando Cabrera es poeta, ensayista, artista visual, y compositor.