No fue sino hasta 1803 cuando New Orleans, considerada la cuna del jazz, dejó de pertenecer a los imperios europeos que a la sazón dominaban el continente americano (Francia y España), y en lo adelante se integrará al territorio estadounidense, como resultado de la venta de la Luisiana a Estados Unidos protagonizada por Napoleón Bonaparte. El poder político norteamericano, interesado en explotar la navegación en el rio Misisipi y con ello alcanzar un mayor acceso al Pacífico, facilitó que aquella ciudad se convirtiera en un verdadero laboratorio cultural en el cual lo francés, lo español y lo afroamericano convivirán, desde la alimentación y las vestimentas hasta en las pioneras expresiones jazzísticas.
El tráfico migratorio y comercial desde la región caribeña hacia el puerto de New Orleans fue un factor crucial en la temprana incorporación tanto de melodías de origen español como de la percusión y de los polirritmos africanos al jazz de principios del siglo XIX; así, la música proveniente de México, Cuba y Haití invade las composiciones de los más prominentes intérpretes del género, empezando con Jelly Roll Morton (quien empleó el tresillo en muchos de sus trabajos), continuando con los primeros grandes directores de banda, Duke Ellington y Dizzy Gillespie, hasta llegar a los maestros de la percusión del siglo XX liderados por Mario Banza, Machito, y Tito Puente, quienes impregnarán aquellos ritmos en el jazz por el resto de los días.
Rafelito Mirabal (Santiago, 1962) ha conversado con nosotros sobre este y otros temas, recordándonos cómo lo caribeño es hoy presencia viva en el jazz estadounidense a manos de cubanos (Chucho Valdez o Arturo Sandoval), haitianos (Boukman Eksperyans o Chico Boyer), boricuas (Néstor Torres) y dominicanos (Michel Camilo o Yasser Tejeda), por solo mencionar algunos. Esta historia primigenia del género musical que nos ocupa –expresa Mirabal–, no solo colocó nuestra región en el mismo centro del origen del jazz, sino que se convirtió en un enriquecedor soporte a la creación jazzística internacional épocas a venir.
“Esas raíces afrocaribeñas presentes en el ADN de nuestra música están patentes en lo que se toca actualmente tanto en los Estados Unidos como en múltiples festivales regionales”, añade; escenarios como el Jazz Plaza en Cuba, el PAP Jazz Fest de Puerto Príncipe, el Jazz en la Loma de Sajoma, el Festival Casa de Teatro, y el Cabarete Jazz Festival celebrados todos en nuestro país anualmente, dan cita a los mejores talentos locales para el disfrute de un creciente número de seguidores. Cuestionado sobre el desempeño del jazz en Santiago, el reconocidísimo músico y actual director provincial de Cultura nos recuerda que desde hace más de cuatro décadas la ciudad corazón ha mantenido la tradición de contar con al menos un lugar con jazz en vivo una vez a la semana. “De hecho, Santiago y Jarabacoa han sido las ciudades donde he concebido la mayoría de mis composiciones”.
Mirabal, fundador de Sistema Temperado, la más longeva banda de jazz nacional, afirma que son numerosos los santiagueros que han enriquecido el escenario jazzístico de la República Dominicana, destacándose Víctor Víctor, Jochy Sánchez y él mismo, quienes desde los últimos lustros del pasado siglo engrandecieron el ambiente cultural de Santiago en históricas apariciones en la emblemática Casa de Arte junto a otros tantos como Fellé Vega, Darío Nicodemo, Carlitos Escoto, Fátima Franco, Edwin Lora y Cukín Curiel.
Cabe resaltar nombres íntimamente relacionados con la ciudad de Santiago que han sido decisivos para la escena jazzística nacional: Patricia Pereyra (a quien Mirabal considera la mejor exponente de la canción jazz en Dominicana); el destacadísimo “retrojazzista” Pengbian Sang radicado en Santo Domingo, aunque oriundo de aquella; Luis McDougal, egresado de Berklee College con exitosas incursiones en Norteamérica, y numerosos jóvenes compositores apellidados Piña Duluc, Tejada, Bonilla, González, Ureña, Pérez, Mañón entre muchos. El lector no deberá sorprenderse ante tan prolija trayectoria musical que ya abarca varias generaciones porque desde los remotos años 50 otro santiaguero grande llamado Tavito Vásquez había marcado las huellas del bebop en el merengue con virtuosas improvisaciones del saxo alto convirtiéndose, quizás sin saberlo, en el primer jazzista dominicano.
Cuestionamos a Mirabal sobre cuales son, a su parecer, los principales desafíos enfrentados por el género: “Para mí los desafíos comienzan en cada músico, el que no pueda entender ni explicar esa imperiosa e incontrolable necesidad de decir cosas nuevas a través de su instrumento. Es como dice Cortázar (para nosotros y muchos, el escritor que más profundamente ha conceptualizado el jazz): ‘La improvisación son impulsos que no da tiempo a pensarlos’; en nanosegundos la idea o el impulso se convierte en sonidos que se entrelazan y viajan hasta el receptor, se alojan en espacios de su cerebro y provocan reacciones y sensaciones diferentes a las que produce, por ejemplo, la música clásica”.
A decir del premiado tecladista, el jazz en vivo es a la grabación lo que el teatro al cine, con la diferencia de la improvisación; “este acontecimiento casi cuántico es muy difícil de convertir en algo ‘comercial’ y eso puede reducir los canales de distribución y hacer que el género necesite de inversiones de tiempo, dinero y estudio que no siempre tienen una alta tasa de retorno en lo económico, comenzando por el esforzado y a veces incomprendido músico y terminando con la micénica casa disquera o productora de conciertos”. Y sentencia que “desde sus inicios el jazz (creo que es uno de los más jóvenes géneros musicales) ha tenido y tendrá el compromiso vocacional de quienes lo componen y lo tocan, quienes lo graban y difunden, quienes lo presentan en conciertos y sobre todo quienes lo escuchan. En algunas ocasiones los intérpretes de jazz tenemos que hacerlo todo. ¡Eso es un gran desafío!”
Rafelito Mirabal, a nuestro ver, es un inusual tipo de artista que a través de la experiencia adquirida durante décadas ha logrado consolidar una madurez musical y personal pocas veces vista entre los cultivadores del género: desde sus inicios en la Escuela de música de Bellas Artes y bajo la tutela de varios maestros maduró el teclado hasta su dominio absoluto de manera autodidacta; participó en la mayoría de los principales grupos musicales de fusión folclórica del país; ha dirigido a reconocidos artistas de la talla de Sonia Silvestre, Maridalia Hernández, Danny Rivera, Xiomara Fortuna y Manuel Jiménez; recibió el Premio Nacional de Música Fradique Lizardo en 2005; su popular pieza “Periblues” es incluida en los 100 años de música dominicana preparada por el Ministerio de turismo en 2000; por siete años fue el tecladista principal de Juan Luis Guerra y su 440, y por supuesto ha sido aclamado allende nuestras fronteras tocando en 27 países desde Guyana inglesa a China.
A pesar de (¿o gracias a?) semejante sólida carrera, los seguidores de Mirabal reconocen con unanimidad el importante esfuerzo que el exitoso artista ha dedicado a la promoción y desarrollo de jóvenes talentos; cuando le hago mención de ello responde con toda la firmeza y espontánea candidez que siempre le han caracterizado: “Puedo decir que compartir y participar en el proceso de descubrimiento del lenguaje del jazz, la emoción de un joven poder expresar sentimientos por primera vez a través del instrumento, es una experiencia muy gratificante; me veo reflejado en ellos como sucedía en mis inicios, y poder orientarlos o simplemente manifestar mi aprobación dejando fluir la música es una forma de devolver todo lo que la vida me ha brindado, no solo en el mundo musical sino en todo sentido. A esto se une el casi deber de ayudarlos a descubrir y desarrollar sus aptitudes para tocar jazz”.
Reconoce el hijo de la meritísima promotora cultural Marcela Montes de Oca que, en ocasiones por motivos forzosos y en otras por responsabilidad profesional de cumplir con compromisos, al no poder contar con compañeros de generación con los que inició Sistema Temperado se ha lanzado a la búsqueda de talentos jóvenes hasta dar con el indicado. “Los mágicos designios del destino y el azar, y mi fe y confianza en la música que compongo simplemente por el mero hecho de componer, han puesto en mi camino gente capacitada y dispuesta para interpretarla, en el justo y necesario momento sin importarme su edad”.
¿Proyectos mirando al futuro, tareas incompletas…? “Pienso que debemos seguir difundiendo la producción ‘Bachata Jazz’ en Europa y Suramérica; aún no ha dado todos los frutos que merece y más gente debe conocerla. Hemos completado videos a tres de los temas, incluso uno ha recibido nominaciones y premios en algunos concursos y festivales. Nos encaminamos a completar la grabación de varias de mis composiciones con algunos invitados internacionales con los que ya he tocado antes; además tengo intención de incursionar en festivales en el centro de Estados Unidos donde se conocen menos los ritmos dominicanos con los que fusionamos el jazz”.
¿Algunos sueños? “Formar un bigband del Cibao, preparar un concierto en memoria de la música del gran compositor dominicano Manuel Sánchez Acosta, instaurar el Festival Internacional de Jazz de Santiago, y propulsar la carrera de música en el CURSA-Santiago de la UASD”. Parecería que los primeros sesenta y tantos años de vida de Rafelito Mirabal han sido un fructífero anticipo a lo que vendrá en el futuro del formidable músico, y, por ello, los aficionados al jazz como música universal dentro y fuera de la República Dominicana deberíamos sentirnos orgullosos.
Imagen en portada, créditos: Patricia Pereyra, por Ramón Marrero
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Jochy Herrera es cardiólogo y escritor. Autor de Fiat Lux. Sobre los universos del color (Huerga & Fierro, Madrid) Premio Nacional de Ensayo de la República Dominicana 2024.