La noche del jueves, 31 de enero de 1935, Margarita Xirgu, la actriz catalana que llevó magistralmente al escenario del Teatro Español las obras del poeta Federico García Lorca, recibió un pedido muy especial de parte de los “compañeros actores” que se hallaban trabajando a las mismas horas en que ella representaba Yerma de García Lorca. No pudiendo ser testigos del hito histórico en que se había convertido la obra, le suplicaban que, “a costa de su propio esfuerzo”, les ofreciera una representación “a hora no intempestiva” para ellos. Tanto Lorca como la actriz podían darse el lujo de regalarles a los compañeros del mundo de las tablas una representación, pues el éxito arrollador de Yerma había significado prestigio y solvencia económica para ambos. Según los cálculos del mismo Teatro Español, desde el viernes, 28 de diciembre de 1934, día de su estreno, hasta el domingo, 21 de abril de 1935, día del cierre, la obra tuvo 137 puestas en escena y se había convertido en la visita obligada del Madrid culto del momento. La solicitud venía firmada por un largo elenco de nombres entre los que se encontraban figuras imprescindibles de la cultura española del momento y de los casi 100 años que vendrían después: Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán, Alejandro Casona, Pura Maortua de Ucelay, la Argentinita, Victorio Macho, Adolfo Salazar y Enrique Díez-Canedo, entre muchos otros. Dos días después, el teatro estaba repleto de dramaturgos, poetas, actores, actrices, críticos de teatro y todo tipo de gente del mundillo del ambiente teatral. Al subir el telón a las dos de la madrugada del sábado, 2 de febrero, el estallido de la ovación no se hizo esperar y terminado el segundo acto, Federico subió al escenario para leer una breve alocución de unas cuatro o cinco cuartillas, en las que, sin pelos en la lengua, definió de “pobre” al pueblo que no sabe apreciar la escuela y la tribuna libre del teatro, llegando a defender su visión del mismo como una imprescindible fuerza de acción social que puede transformar y transfigurar a la sociedad que acude a él.

Dice específicamente Federico: “Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes, yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: ‘¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje? ¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?’. Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el alma del artista […] pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido. […] Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro y de su acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la educación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad de un pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar a una nación entera. El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento del hombre. Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama ‘matar el tiempo’”. 

Me he extendido más de lo que había planificado inicialmente, pero creo que todo lo que he señalado hasta aquí nos va a servir bien para arrojar luz sobre lo que ha sido el teatro como salvación cultural en medio de la capital de este inmenso país en el que hemos caído los millones de hispanoparlantes que lo hemos elegido para completar nuestros estudios, llevar a cabo nuestra acción de vida temporal o permanentemente o, en el caso de muchos latinoamericanos o españoles de la zona de Washington, DC, que se encuentran en la ciudad por curiosidad turística, por haberla elegido para vivir, haber alcanzado posiciones académicas o políticas, o haber recibido encargos diplomáticos de sus respectivos países. 

Sería imposible, en las pocas cuartillas que me permite Plenamar, hacer justicia al teatro de la zona de Washington, DC, norte de Virginia o sur de Maryland. Mi idea original era hablar de GALA y el Teatro de la Luna y dedicar unos cuantos párrafos para incluir otras dos refrescantes perspectivas: la de la pianista y promotora cultural de origen chileno Carla Hübner cuyo programa In-Series, con su lema “Ópera que habla, teatro que canta” enmarca claramente su misión de hacer teatro de la música y música en el teatro y la del poeta Fernando Operé quien, partiendo de diversos escenarios de la Universidad de Virginia y Charlottesville (en donde enseña y vive), ha paseado su teatro universitario durante más de 40 años por las universidades de la zona, experiencia que, con la ayuda del poeta granadino Fernando Valverde, ha quedado plasmada ahora en el libro Historia de un escenario (Valparaíso/Sonámbulos, 2020). Desafortunadamente esta idea tendrá que esperar otro momento. 

El decano de los teatros en español de la zona de Washington, DC es el Teatro GALA (acrónimo de Grupo de Actores LatinoAmericanos). Este centro extraordinario de actividades culturales a favor de la difusión de las artes escénicas de la nación y del mundo que se considera hispano tanto dentro como fuera del país, se inició cuando el actor y director argentino Hugo Medrano, luego de dejar atrás la dictadura argentina, llegó en 1973 a la zona del distrito procedente de España para trabajar en el Teatro Doble, un espacio escénico bilingüe creado por Sonia Castel, panameña sefardita que se había criado en Inglaterra. Sonia había respondido a un anuncio en el periódico puesto por la activista Naomi Eftis, fundadora en 1967 del Back Alley Theater (todavía hoy en funciones), proyecto teatral con el cual la activista intentaba romper todo tipo de barreras raciales y culturales. Eftis había conseguido apoyo de la ciudad para ayudar a los niños que asistían a escuelas con desventajas educativas y Sonia le propuso iniciar un teatro bilingüe, que se llamaría Teatro Doble. Al poner un anuncio en el periódico solicitando actores y bailarines para montar una obra bilingüe que se llevaría por las escuelas del distrito, una bailarina de Nueva York graduada recientemente del Smith College, Rebecca Read, respondió a su llamado y entró a trabajar en la oficina con Sonia. Precisamente durante un ensayo de la obra musical para niños El chivo egoísta / The Greedy Goat escrita en 1963 por la dramaturga peruana Elena Luna, Rebecca conoció a Hugo Medrano, “un hombre alto y delgado con el pelo largo y rizado y una camisa extravagante rociando pintura sobre unos disfraces”, me comenta ella. Rebecca se dejó flechar por el hombre, el teatro y el sueño de ser parte de algo novedoso y útil para ese momento de la vida que le tocaba vivir. “No te puedes ni imaginar cómo nos divertimos nosotros ese año (1973) yendo de una a otra escuela del distrito con nuestro Chivo egoísta, cantando, bailando, actuando”, me vuelve a decir. A no ser que fueran ocasionales espacios universitarios o por el interés de algún grupo religioso particular que de vez en cuando ofrecía a sus alumnos o feligreses la oportunidad de participar en la lectura o representación de la obra de algún dramaturgo español o latinoamericano, Teatro Doble era en aquel momento el único escenario de Washington que se atrevía a ofrecer representaciones dirigidas a un público hispanoparlante, aunque este fuera infantil y bilingüe. No existía en la ciudad ningún otro programa dirigido al público teatral que hablara español o que, siendo de habla inglesa, estuviera interesado en asistir a obras del mundo hispano. Hugo y Rebecca vieron inmediatamente la necesidad de un teatro en español que llenara el vacío cultural que esa ausencia manifestaba, e iniciaron conversaciones con los colegas de Teatro Doble, aprovecharon las conexiones y la experiencia que Eftis compartió con ellos y, sin dejar de lado los aspectos pedagógicos y de memoria cultural que el teatro para niños ofrecía, se lanzaron por su cuenta a la creación de un nuevo escenario bilingüe que pudiera también abrir ventanas de comunicación con la comunidad adulta hispanoparlante y las manifestaciones culturales que esta necesitaba alimentar, siguiendo el planteamiento señalado más arriba al citar las palabras de Lorca en el Teatro Español en 1935. 

Federico García Lorca, Pura de Ucelay y Ramón María del Valle-Inclán en el preestreno de la obra teatral Yerma, en Madrid, diciembre de 1934. 

Fue así como, en el verano de 1976, en una casa del vecindario de Adams Morgan, nació GALA como un consorcio de artistas visuales, escritores, bailarines, cantantes, músicos y actores. El consorcio se proponía lograr dos metas: ofrecer obras españolas y latinoamericanas a la audiencia hispanoparlante de Washington, y crear conciencia entre la comunidad de habla inglesa sobre la riqueza y variedad del teatro hispano. Con su primera obra, La fiaca, del dramaturgo argentino Ricardo Talesnik que se presentó solo durante una semana (23-29 de julio) como parte del Festival Latino de Washington del que Sonia era la directora artística, GALA confirmó lo que había sospechado: que la ciudad capital estaba lista para albergar su propio teatro hispano. “No había nada igual, por lo cual llenó una carestía increíble”, recuerda Rebecca. “Pero lo que pasó después nos impresionó aún más. Fundamos este grupo, hicimos la primera puesta en escena y al día siguiente despertamos con un titular de la periodista Judith Martin a seis columnas en uno de los dos periódicos más importantes de todo el país, The Washington Post. Sin ni siquiera haber contactado a la prensa, la prensa vino a nosotros para hablar de lo que habíamos hecho. Fue una gran sorpresa que un grupo de teatro en español hiciera repentinamente una tímida entrada en el mundo del espectáculo y querían saber qué vendría después. La gente comentaba por todos lados y se nos acercaban. Fue un momento muy emocionante e inspirador”, agrega Rebecca. “Era obvio que había una necesidad, pero también era cierto de no había tantos teatros en el área. Existían unos ocho grupos entonces, ahora hay más de 80”, concluye Hugo. Rebecca y Hugo fueron a la Argentina para casarse y recorrieron el país y toda la América Latina para ver cuanto teatro pudieran para darle presencia a todos esos grupos de teatro latinoamericano en GALA. En 1980, Abel López se incorporó al equipo directivo del teatro y en 1988, Sonia Castel, cuyo Teatro Doble había sido la semilla de GALA, entró al teatro como directora de relaciones públicas, pero moriría de cáncer en 1991.

Al momento de reseñar estas notas, 46 años después de aquellos modestos pero explosivos inicios, GALA tiene su propia casa en el número 3333 de la Calle 14, en la zona Noroeste de Washington, DC en donde están instalados desde 2005 en el renovado teatro Tívoli diseñado y construido por el arquitecto norteamericano de origen escocés Thomas Lamb en 1924, considerado el más destacado arquitecto de teatros y salas de cine de los primeros treinta años del siglo XX. (Para más información sobre programación, servicios a la comunidad y ofertas educativas, véase el portal en español del teatro: https://www.galatheatre.org/?lang=es).

La otra gran propuesta de arte escénico en español en la zona de Washington, DC, la ofrece el Teatro de la Luna, del cual he sido asesor literario desde sus inicios en 1991. A principios de 1986 se incorpora al teatro GALA el actor y director argentino Mario Marcel quien, luego de verse obligado a abandonar el país por motivos políticos, había aterrizado en la zona de Washington, DC en diciembre de 1983 entrando a la OEA para dirigir el grupo de teatro de esa institución. Su esposa, la arquitecta y actriz paraguaya Nucky Walder, que se había quedado en Asunción, llegó a la zona en febrero de 1984 y me confiesa que Mario la llamó para decirle: “o te venís vos con la niña [Marcela, que tenía unos dos años] o me regreso yo al Paraguay.” Marcel había llegado justo a tiempo para la celebración del décimo aniversario de GALA, para el cual el teatro había decidido montar de nuevo La fiaca. La producción caía sobre Abel López, Hugo Medrano la dirigía y Mario Marcel hacía el papel principal de Néstor. Yo llevaba ya dos años de profesor en la Universidad George Mason de Virginia y era asiduo visitante del teatro desde que uno de mis colegas me comunicó, a las pocas semanas de iniciar mis primeras clases en el otoño de 1984, que había un teatro hispano en la zona que iba a presentar La casa de Bernarda Alba entre octubre y noviembre. Aunque la obra solo se iba a ofrecer en inglés (o tal vez por ello), la fui a ver dos veces, participando en el debate que el teatro ofrecía al terminar la obra para los estudiantes que venían a la representación. Con el regreso de La fiaca para el décimo aniversario (1986), me prometí no perdérmela y allí estuve la noche del estreno. Pocas veces me había divertido tanto viendo una obra, pero luego me di cuenta de que parte de mi disfrute se debía a la actuación impecable de Mario Marcel, cuyas brillantes actuaciones seguí a toda costa, sobre todo cuando se trataba de interpretar personajes lorquianos: de Zapatero en La zapatera prodigiosa (octubre-noviembre, 1988) y de Don Perlimplín en Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín (marzo-abril, 1991), esa breve obra maestra que su autor calificó como “aleluia erótica.” Para esta última, GALA me pidió que dirigiera el debate con el público y los actores durante la presentación de la obra tanto en inglés como en español. No sabía yo que la breve charla y conversación de aquel momento con actores y estudiantes surtirían un fruto insospechado poco después. 

Hacia el final de las clases de la primavera de 1991, la secretaria de la facultad me pasó una nota en que me decía que alguien había llamado pidiendo hablar conmigo urgentemente y me pasó un número que yo no pude identificar, pues era la primera vez que lo veía. Cuando llamé, reconocí de inmediato la voz del actor que me pedía reunirse conmigo. Casi una hora después, apareció en mi oficina acompañado de su señora, diciéndome que querían fundar un nuevo teatro en la zona de Arlington y que, a partir de mi debate sobre la obra de Lorca, querían que yo fuera el asesor literario del mismo. Aduje mis obligaciones en la universidad como profesor, la cantidad de investigación y servicio al estudiantado y a la profesión que se esperaba de mí y el hecho de no vivir en el distrito o en Arlington como factores negativos que no les iban a ayudar a ellos, sugiriéndoles buscar una persona que viviera en el distrito, como ellos, o en Arlington, que está al cruzar el Potomac a unos pocos minutos. Fue entonces que Mario me dijo: “Es que, además de fundar un nuevo teatro para representar obras interpretadas por nosotros y los actores de aquí, que se va a llamar Teatro de la Luna, queremos también invitar una vez al año a los poetas de aquí y otros que se quieran sumar a venir al teatro para pasar ese día entero leyendo poesía.” Confieso que yo no sé si, viendo peligrar su oferta, Mario se sacó de repente esa idea de la manga para agarrar al toro por los cuernos o si realmente había pensado en hacer aquello. Desde que llegué a la zona de Washington en 1984, había soñado con iniciar algo así, de forma que vi el cielo abierto para echar a andar un proyecto que llevaba tiempo gestándose en mí, al tiempo que les echaba una mano a ellos. 

En el “black box theater” (teatro cámara negra) de la Escuela Intermedia Gunston del Condado de Arlington (2700 S Lang St.), se inició este proyecto teatral que recibió el apoyo del condado y de la comunidad hispana de toda la zona. La visión del nuevo grupo estaba claramente definida: su fin era “promover y fomentar la cultura hispana apoyando el entendimiento cultural entre las comunidades de habla hispana y anglosajona a través del teatro en nuestra lengua y otras actividades artísticas bilingües”. El teatro cumpliría esta misión llevando a escena piezas teatrales, desarrollando talleres y organizando maratones de poesía para adultos y niños (este año cumplimos ya 30 años organizando el Maratón de Poesía) y convocando festivales internacionales de teatro hispano (se hicieron 17 festivales entre 1998 y 2014). En todas estas actividades, más que la diversión del público, el enfoque ha sido proveer oportunidades propicias para el cuestionamiento, la reflexión, el apoyo, la participación y el diálogo comunitarios. Como se puede ver, la visión de este nuevo teatro se encaminaba hacia el afianzamiento de un teatro con actores asalariados, que entrenara técnicos y actores hispanos y no-hispanos y que proveyera talleres actorales y de actividades afines al teatro a niños y jóvenes, promoviendo la belleza de la lengua castellana e introduciendo a la vez nuevas y originales formas de teatro hispano en el área metropolitana de Washington. 

La obra con que se inauguró la primera temporada (1991-92) fue Yepeto escrita en 1987 por el dramaturgo argentino Roberto “Tito” Cossa, nacido en 1934. Mario Marcel dirigió la pieza e interpretó también el papel del Profesor, mientras el actor Carlos Ramírez representó el papel de Antonio, el estudiante y novio de Cecilia (Claire Sharp). Esta no aparecía en la obra original, pero Mario le dio presencia física en el escenario, aunque sin emitir parlamento alguno. Se montó la obra con dos presentaciones el 5 y 6 de noviembre de 1991 con gran éxito de público y taquilla y una buena cobertura de la prensa local. 

La segunda obra: Enrique…, ¿estás? fue un collage realizado por Mario Marcel partiendo de la fecunda obra del periodista, poeta y narrador argentino Enrique Wernicke (1915-1968). La obra se montó con los jóvenes de los talleres de teatro que Mario había hecho en La Luna y fue el primer testimonio de lo que se podía lograr dedicándole tiempo y energía al trabajo pedagógico de formación actoral. En diciembre de 2001, el teatro adquirió un viejo edificio en el número 4020 de la Avenida Georgia, en el vecindario Petworth del Noroeste de la ciudad, y dos años más tarde estableció allí su Casa de la Luna, donde están ahora sus oficinas con una sala habilitada para actividades teatrales con pequeños grupos de algo menos de 100 personas.

Después de 31 años de entrega total a la comunidad de Washington, DC interesada en el mundo de habla hispana y a sus intereses culturales a la cual le dedicaron ambos, junto con su hija, Marcela, todos sus días de vino y rosas, el Teatro de la Luna sigue en pie, tan vivo como siempre, a pesar de las dificultades con que las diferentes pandemias han plagado el mundo del teatro y la poesía del planeta. [Para más información sobre programación, servicios a la comunidad y ofertas educativas, véase el portal en español del teatro: https://teatrodelaluna.org/home.htm]

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Rei Berroa. Poeta, profesor y gestor cultural. Autor de más de 50 libros de versos, crítica y antologías. Premio Internacional Trieste Poesía por el conjunto de su obra (2010) y Premio Mihai Eminescu (Rumanía, 2012). Le fue dedicada la VIII Feria del Libro de Nueva York.