Las transformaciones experimentadas en la década del 60 provocaron el surgimiento de nuevas concepciones sobre política cultural, obligándonos a una revisión profunda. Ahora tenemos que emprender nuevos caminos después de reconocer que los derechos culturales y la diversidad se han consolidado a través de legislaciones nacionales e internacionales. Podemos decir en el día de hoy que las ideas elitistas han perdido terreno y dado paso a criterios más incluyentes.

El impulso extraordinario de las nuevas tecnologías nos ha llevado a revisar algunas claves de la gestión cultural para adecuarlas a la era del conocimiento, cambiando muchos paradigmas, enfrentándonos a un nuevo milenio que lleva ya veintiún años. Nuestros planes y métodos están atravesados por las tensiones entre identidad cultural y mercado. Los valores expresados por los sellos identitarios de nuestros pueblos cohabitan con una globalización que comenzó sobre todo impactando la economía.

Reconozco el liderazgo ejercido por algunos intelectuales sobre muchas de las ideas que divulgamos acerca de temas de política cultural, gestión, administración, animación o investigación cultural. Durante varias décadas se destaca el magisterio ejercido por Ezequiel Ander-Egg, sobre todo en su obra Metodología y práctica de la animación sociocultural. Otro autor esencial es Néstor García Canclini, fundamentalmente en su libro: Las culturas populares en el capitalismo. El doctor Edwin Harvey hizo principalmente sus aportes en todo lo relativo a legislación y derechos culturales.

El declive de las utopías marxistas, social cristianas camilistas, trosquistas y de otra índole era evidente mientras triunfaba el consenso de Washington y se establecía el triunfo del liberalismo económico en una conexión que encabezaban Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Para Fukuyama este era el fin de la historia.

La confusión reinante en el seno del movimiento progresista y la necesidad de hacer ajustes a la vida cotidiana obligó cada vez más a relacionar la economía con la cultura. Las tensiones entre el mercado y la identidad cultural eran visibles y el ensayo del brillante pensador español Manuel Castels Estado, Cultura y Sociedad, las nuevas tendencias históricas, nos sirve como síntesis a lo que entenderíamos por cultura: “Al hablar de cultura aquí y ahora, nos referimos a aquellos procesos de comunicación simbólica en que el valor de uso expresivo para el sujeto de los procesos de comunicación predomina sobre el valor instrumental dictado ya sea por el mercado, o por las normas institucionales de la organización que estructura el proceso. En otras palabras, y en términos menos teóricos, son aquellos procesos de comunicación en los que la expresión del sujeto predomina (sin por ello excluir) sobre la lógica económica del mercado o de la lógica burocrática del Estado”.

Las identidades existen, pero cada día sus epidermis son más delgadas. Estas no son permanentes: se crean en un proceso dinámico. Los que defienden que el merengue tradicional no puede ser modificado, que debe ser siempre tambora, güira y acordeón, hablan como si este último lo hubiesen incorporado los aborígenes y se olvidan de que el acordeón llegó a nuestra isla probablemente en un barco alemán, lo que indica que nuestra identidad merenguera tiene solo algo más de 150 años.

Las fluctuaciones económicas contribuyen a aumentar las tensiones entre la identidad y el mercado. Los países del llamado “primer mundo” desobedecen las leyes internacionales y violentan las resoluciones de organismos que ellos mismos han creado. Por ejemplo, la Organización Mundial del Comercio. Francia protege su cine (por cierto, de gran calidad) frente a Hollywood, que lo arrasa casi todo. Para los franceses, su identidad no puede ser tocada, si lo hace un país del “tercer mundo” las sanciones, las trabas –y hasta las amenazas– no se hacen esperar.

Las industrias culturales, como laboratorios donde se podrían encontrar la identidad y el mercado, deben ser las áreas donde debemos hacer más hincapié, para producir riquezas con rostro identitario, lo que no impedirá que la tensión continúe y se amplíe. Esto nos obligará cada vez más a hacer acuerdos entre el Estado, el sector privado, las organizaciones sin fines de lucro y los organismos internacionales. De igual manera, es válida la inserción de esta temática en los acuerdos de libre comercio, volver de alguna forma al sistema de incentivos y aspectos relativos al antiguo mecenazgo.

Habrá que reforzar las legislaciones nacionales e internacionales. Avanzar en los estándares de calidad, pues al mercado no le importan los rostros nacionales, a menos que a través de ellos haya cuantiosos recursos para sus intereses.

En la Tercera Reunión Interamericana de Ministros y Máximas Autoridades de Cultura, realizada en Montreal en 2006, el vicepresidente del Banco Interamericano de Desarrollo estimó que la contribución promedio de las industrias culturales al producto interno bruto de los países latinoamericanos oscilaba entre 3.5 y 4 %. En tanto que para Europa estaba entre 5 y 6%, y Estados Unidos entre 7 y 8%.

Como lo señala el documento de la Organización de Estados Americanos, producto de la reunión efectuada en Washington del 16 al 17 de julio de 2009, las industrias culturales son uno de los sectores más dinámicos de la nueva economía global. La importancia creciente en las industrias culturales en la economía mundial ya resulta un consenso: “las industrias creativas representan el 3.4% del comercio mundial, con exportaciones que alcanzaron 424.4 billones de dólares, en el 2005, y una tasa anual de crecimiento promedio de 8% en el período 2000-2005.

Los estudios realizados por el instituto de estadística de la Unesco acerca de los flujos internacionales de bienes culturales arrojan que su valor casi se duplicó entre 1994-2000. El Banco Mundial, por su parte, ha estimado que la contribución de la cultura al PIB en términos globales asciende al 7%, y que tiene un amplio potencial de crecimiento en el futuro cercano. Algunos países pobres cuentan con un acervo cultural caracterizado por su riqueza y diversidad, las que no han sido aprovechadas en beneficio de sus pueblos.

La estadía en el país del investigador en gestión cultural Luis Porta, nos permitió reflexionar acerca de los desafíos que tenemos en la actualidad en el ámbito de las políticas culturales. El tema de la cultura y su relación con la educación, el turismo y las municipalidades nos obligan a hacer precisiones que sintetizaremos en los siguientes aspectos:

Cultura y Educación. La escuela en sus aspectos tradicionales ha estado desvinculada de la cultura tal como la entendemos hoy. Su cercanía es la trasmisión del conocimiento relevante “culto” y la cultura escolar, siendo una matriz que buscó ser exclusiva y orientada a objetivos que le eran propios. Desde hace décadas se produjeron importantes cuestionamientos a este esquema, pero lo cierto es que la necesidad de dar respuestas personalizadas y diversas no debería ocultar que todavía la educación universal es una aspiración que aún no trasciende nuestras leyes. También desde hace algunas décadas los medios, en particular la televisión, comenzaron a agitarse con respecto a los debates en la socialización de los niños (Fainholc, 1984). Sin embargo, la infancia se encuentra hoy atravesada –y aún definida– por medios como la televisión, la Internet, los videojuegos, los teléfonos celulares y la música en diferentes formatos (Buckingham, 2007).

Cultura y Turismo. Por el extraordinario aporte que hace el turismo a la vida económica nacional, y por su impacto en otros aspectos vitales, estamos obligados a hacer una auténtica interacción cultura-turismo, que nos permita desarrollar nuestras grandes potencialidades, para no limitarnos solo al turismo de sol y playa, y para lograr que muchas de nuestras facetas identitarias puedan ser realmente atractivas a los turistas. De ahí que existen múltiples aspectos, aún inexplorados, que constituyen una apuesta al futuro, con relación a las cuales el Estado tiene que hacer un pacto con el sector privado, a los fines de contribuir de manera eficaz a lograr el difícil equilibrio entre identidad cultural y mercado, en beneficio de los sectores tradicionalmente marginados.

Cultura y Municipalidad. La descentralización en la acción cultural sigue siendo una tarea pendiente. Independientemente de algunas experiencias válidas obtenidas en los últimos años. De lo que se trata es de empoderar a las comunidades, desde el municipio hacia la provincia, región y país. Todo esto para desarrollar un proceso de real ciudadanía cultural en el que nuestros habitantes no sean solo entes pasivos de recibir “la cultura”, sino verdaderos actores del hecho cultural. Para eso necesitamos más diálogo, más consultas y más participación.

Debemos retomar experiencias anteriores para lograr la inclusión a la cultura de los más variados sectores. Esto tiene que ser parte de la política cultural para un nuevo milenio. Lidia Blanco, en su trabajo Cooperación y políticas culturales. La invisibilidad de los boomerangs, me permite concluir con una definición de cultura para estos tiempos, que suscribo plenamente: “La cultura no es un atajo ni una fórmula mágica, y no se pueden pensar las políticas de las acciones culturales como una lámpara de Aladino, que frotándola hará realidad nuestros deseos. La cultura es, sí, esa atmósfera que impregna todos los ámbitos: sociales, económicos y educativos. Cómo podremos medir el impacto del incentivo a las nuevas políticas culturales sin una legislación laboral adecuada o sin pactos internacionales que regulen el intercambio de políticas culturales”.

La cultura no es una panacea, pero sí puede ser el instrumento para repensar todas las políticas públicas desde otra óptica más inclusiva, menos sectorizada y que nos permita analizar la sociedad como un entramado y no como un cúmulo de estratificaciones sin conexión.

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Mateo Morrison es poeta, Premio Nacional de Literatura.