(En portada: ®Lizette Nin. La Joya de la corona. Pelo de la artista en resina, s/m, 2021)

Las artes visuales son maravillosas fábricas de imágenes; imágenes que nos llenan los ojos de símbolos, significados y narraciones, brindándonos la oportunidad –como público– de experimentar experiencias estéticas únicas.

Si damos por hecho que, tal como postulan los/las historiadores del arte, las obras artísticas se insertan en el contexto donde nacen y que son resultado del diálogo constante (ora fluido, ora tenso, ora inconsciente, ora voluntario) entre el/la artista (artífice de esas imágenes) y su entorno inmediato, cabe entonces preguntarse, ¿qué tipo de imágenes produce el artista de la diáspora?, ¿qué tipo de obra visual genera el creador o la creadora dominicana que ha agarrado sus bártulos y un avión, para cruzar el océano y establecerse en España?, ¿es equiparable a la obra que genera un/a artista español de nacimiento y crianza, por el simple hecho de caminar sobre un mismo suelo?

La respuesta a esta última pregunta es, definitivamente, no; no puede ser homologable dado que, a diferencia del español, el/la artista dominicano que ha migrado establece un diálogo sui generis que se asienta en su caribeñidad importada en su nuevo país de residencia y su condición de extranjero/a recién estrenada. El hecho migratorio transforma y redefine así el hecho artístico, al acontecer en un contexto diaspórico de alteridad permanente. Y es que la experiencia migratoria no se acota solamente al día en que el/la artista aterriza y llega a tierra española; es decir, no es un simple episodio aislado en el tiempo y en su biografía, sino que constituye un continuum que se activa y actualiza día con día, marcando su cotidianidad, su trayectoria profesional, las condiciones que le son dadas para crear, al igual que los bienes culturales que produce.

Al calor de estas inquietudes, nos asomamos a la obra visual de cuatro artistas visuales que radican desde hace más o menos años en España: Elizabeth Montero, quien nació en Vicente Noble, creció en Sabana Perdida, y llegó a tierras españolas en 1998 con tan solo quince años de edad para alcanzar a su mamá biológica que ya radicaba en el país ibérico desde el inicio de la misma década de los 90. Tras acabar su bachillerato, se graduó como ilustradora, diseñadora gráfica y diseñadora de moda. Lizette Nin, artista multidisciplinaria, originaria de Jimaní, que aterrizó justo antes de la pandemia del Covid a fin de realizar una residencia artística en Barcelona. María Monegro, pintora de colores encendidos, que lleva en España apenas desde el año 2021, tras graduarse en la Escuela de Diseño Altos de Chavón y tras una larga temporada en Nueva York donde también se tituló en la Parsons School of Design. Y, por último, Manuel Montilla, el de llegada más antigua, quien arribó a mediados de los años 70 gracias a una beca del Ministerio de Educación con el objeto de cursar una especialización en pintura mural y grabado calcográfico. 

Los/as cuatro artistas producen imágenes totalmente diferentes, pero igualmente expresivas y significativas. En todas ellas se puede rastrear la huella, más o menos endeble, más o menos latente, de ese diálogo que surge desde de la vivencia continua del desplazamiento, la reterritorialización en el seno de la sociedad española y el contacto con su cultura: una cultura nueva con la que hay que negociar en todo momento y que, como la maestra vida de Rubén Blades, “te da, te quita, te quita y te da”.

Así, en el caso de Elizabeth Montero destaca –como si se tratara de un ritual propiciatorio o la evocación del edén perdido– la recreación en todas sus ilustraciones de cada una de aquellas matas que poblaban el patio donde transcurrió felizmente su infancia, antes de que la arrancaran de ahí y –en contra de su deseo repetidamente expresado– la encaramaran en un vuelo rumbo a Europa. La nostalgia por la isla se vuelve de este modo en uno de los principales motores de su producción artística, misma que suele realizar con técnicas digitales. Otros detonantes de su obra tienen que ver con la negritud y la feminidad. Las frutas, flores y hojas diversas que plasma en sus láminas, acogen siempre en su seno figuras femeninas, preferentemente negras. Y es que Elizabeth tomó conciencia plena de su negritud una vez radicada en España. La descubrió, la abrazó y desde entonces la honra a través de la representación de mujeres negras como ella y aquellas que han sido importantes a lo largo de su vida y desarrollo. Entre estas, se encuentra su madre de crianza, quien aparece en una de las estampas, tranquilamente sentada, mientras disfruta sorbo a sorbo el primer cafecito colado del día.

Lizette Nin también hace de la afrodescendencia y la feminidad unos de los ejes transversales de su obra. Haciendo uso de diferentes técnicas que pueden ir desde la impresión en láser al arte objeto o una performance, la artista realiza un abordaje político desde las coordenadas de la decolonialidad. En el centro de sus obras coloca la reflexión en torno a temas diversos pero interconectados, tales como la memoria de la esclavitud, el cuerpo negro históricamente forzado a migrar o la triple discriminación interseccional de la que, en territorio español, es objeto la mujer migrante negra en razón de sexo, etnia y raza.

La artista María Monegro explora igualmente la temática de la mujer, pero lo hace desde otro lado. En su “taller de creación diaspórico”, cerca de Barcelona, alejada por ende de la censura social isleña, Monegro se siente en condiciones para poder incursionar tranquila y libremente en el universo de la sexualidad femenina. Sobre lienzos de mediano o gran formato, donde predominan tonos rojizos (bermejo, encarnado, granate o carmesí), la artista representa sin tapujo alguno a mujeres desnudas como dadoras y receptoras de placer, en pleno goce sexual, dueñas de su erotismo.

Por último, se encuentra Manuel Montilla, originario de La Romana. Él es el artista más onírico y abstracto de los/as cuatro aquí consignados. A través de una pintura que ha sido inscrita dentro del surrealismo caribeño, Montilla hace de los colores que utiliza en sus cuadros (verde, rojo, azul, entre otros) un acto de afirmación deliberada de su identidad antillana frente a la paleta cromática histórica del arte europeo, de tendencia más apagada. El artista recurre a esos colores en acrílico para poblar sus obras de figuras geométricas suspendidas que, de manera juguetona y aleatoria, parecen superponerse para constituir formas nuevas o, como si en realidad fuera un lenguaje subrepticio, transmitir mensajes ocultos. Es frecuente que entre esas formas emerjan –a modo de enaltecimiento– evocaciones a la isla natal y a sus tradiciones más profundas como puede ser, a modo de ejemplo, la del gagá, una tradición tan viva aún en el campo y en los bateyes, tan devaluada en la capital del país y, a la vez, tan apreciada como patrimonio cultural inmaterial desde el extranjero.

A través de este pequeño recorrido se puede apreciar que la obra de los/as artistas de la diáspora es única en su tipo, en tanto que se diferencia de otras expresiones estéticas, al brotar y concretarse en la vivencia de la alteridad, producto del contacto entre la identidad dominicana del/la creador y su nuevo lugar de creación. Pero además de singular, la obra creada en contextos de desplazamiento es de invaluable relevancia en tanto logra dos grandes cometidos: por un lado, internacionaliza y ensancha el arte dominicano y la dominicanidad más allá de las fronteras insulares y, por otro lado, enriquece, refresca y diversifica la oferta plástica española, alejándola así del riesgo de acabar ahogada en su mismidad.

Julio 2025

NOTA: Estos cuatro artistas visuales vienen consignados en el libro Arte y diáspora. 26 artistas de la República Dominicana en España (Ed. Embajada de la República Dominicana ante el Reino de España, 2025), junto a otros tantos/as a creadores/as de diferentes disciplinas.

®Elizabeth Montero. Café. Ilustración digital, medidas variables, 2022
®Lizette Nin. O’quilombismo. De la serie Trails. Impresión láser, intervenida con bordado, pedrería y conchas cauri, 120 x 240 cm, 2023. Esta obra hace parte de la colección permanente Leslie Lohman Museum, de Nueva York, y fue comisionada por el Museo HKW de Berlín para su apertura en el 2023
®María Monegro. Infanta. Óleo sobre lienzo, 30 x 20 cm, 2021
®Manuel Montilla. Lo que queda al final del camino. Acrílico sobre lino, 190 x 90 cm, 2022

BIBLIOGRAFÍA

Bernal, María Clara y Escobar Neira, Fernando (2021).  “En tiempo de migrantes:  arte para un mundo sin territorio”.  H-ART.  Revista de historia, teoría y crítica de arte, nº 8.  https://doi.org/10.25025/hart08.2021.03

Boon, Errol (2020). “Art and Migration: on cultural internationalisation in the age of displacement”. Ponencia. Forum on European Culture. https://www.academia.edu/44457112/Art_and_Migration_on_cultural_internationalisation_in_the_age_of_displacement?auto=download

Galimberti Prince, Alessandra (2025). Arte y diáspora. 26 artistas de la República Dominicana en España. Ed. Embajada de la República Dominicana ante el Reino de España. España.

Golem, Karolina y Malek Agnieska (2020). “Migration and Art. Introductory Remarks”. En Migration Studies – Review of Polish Diaspora, nº 3, http://www.ejournals.eu/Studia-Migracyjne/

Karentzos, Alexandra (2023). Sesión 13 “Migración y transculturalidad(e): agentes del arte transcultural y la historia del arte”. En MOCIÓN: MIGRACIONES – Actas del 35º Congreso Mundial de Historia del Art.

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Alessandra Galimberti Prince. Antropóloga, editora y gestora cultural, domínico-italiana nacida en Madrid; experta en temas de arte, culturas y sociedad en contextos de diversidad. Autora del libro Arte y diáspora. 26 artistas de la República Dominicana en España (Ed. Embajada de la República Dominicana ante el Reino de España, 2025).