Conocí a Lilian Russo de Cueto en un momento medular de mi existencia, y eso a mis ojos la hace inolvidable. Luego de vivir (literalmente: formé familia, fui a la universidad, publiqué mi primer libro) en Nueva York por cerca de dos décadas, había decidido aceptar en agosto 2004 un empleo que me ofreció el Gobierno (director de la Editora Nacional), arrimar el hombro, y aportar mi fuerza de trabajo y lo que había aprendido para reedificar la alicaída política cultural y editorial que se ejercía desde el Estado. Estaba sobre suelo movedizo y en la marejada propia de cambios vitales bruscos: el país que dejé atrás se había transformado, y yo también, en más de una faceta. Pero pensé que podíamos reconciliarnos a través de la poesía.

Así, una mañana cualquiera y a pocos meses de mi desexilio, di en un diario con las bases de un concurso literario que, desde la provincia de Puerto Plata, se convocaba para todo el territorio nacional. Lo llamaban, llamativamente (cacofonía aposta) “Por nuestro país primero”, lema que me atrajo de inmediato. Lo organizaba la Sociedad Cultural Renovación. Era un llamado de La Novia del Atlántico, un modo pleno de apelar a una de mis dos mitades, porque allí nació mi padre, nació mi hermano Gustavo Alberto, vivió también mi madre, residían decenas de familiares directos. Puerto Plata tuvo siempre un apelativo íntimo para mí: era cuestión de sangre. En Puerto Plata habían fallecido mis abuelos paternos y, con parte del material de aquella casa suya, donde nacieron sus once hijos, mi padre construyó otra casa para sí mismo y para su prole. Y este concurso, que existía desde los años 80 en su versión puertoplateña, rompía sus fronteras y salía por vez primera de la órbita provincial, uniendo las aguas atlánticas y caribeñas que nos rodean por todas partes. Y yo, nacido en el mar Caribe de padre puertoplateño, entonces decidí participar, en el género poesía, cuyo premio llevaba el nombre de Emilio Prud’Homme, autor y compositor de las letras del Himno Nacional Dominicano.

Y sucedió: mi libro Mosaico fluido (2006) me convirtió en el primer ganador a nivel nacional de dicho premio, en abril de 2005, con lo que desperté de mi desasosiego, por virtud de un sentimiento de pertenencia renovada. Aunque poca gente lo confiesa, los emigrantes solemos padecer una especie de vacío por extirpación, por amputación raigal, que no se vuelve a completar muy fácilmente, y ya en mi primer libro El oscuro semejante (1989) desmenuza esa escisión. Yo me sentía entonces -y el medio me hacía sentir- como desdibujado, y un acontecimiento como el de ser reconocido nueva vez en un concurso coloreaba el dibujo que yo era. Que no en vano escribió el poeta Jorge Boccanera: “regresé del exilio, volví a ninguna parte”.

Como hube de asistir a la ceremonia de entrega de los galardones, fui presentado entonces con doña Lillian. Una mujer impresionante en más de una manera. Era notable el respeto que se le tenía, así como lo inmenso de su capacidad organizativa. Y todo por su amor a la cultura y al conocimiento, todo por su país primero, como constaté enseguida al ver la impresionante biblioteca de la institución, al conocer sus involucramientos políticos contra Trujillo, al participar en los distintos talleres literarios dictados gratuitamente a niños y jóvenes de la provincia hambrientos de lectura, con deseos de convertirse en escritores.

Como mi abuelo Zacarías Batista, doña Lilian nació en La Vega y se refugió en Puerto Plata, en donde haría germinar su estela. Ella fue enviada allí por sus progenitores, para preservarla de las garras del trujillismo. Mi abuelo, inversamente, llegó a Puerto Plata atraído por la urgencia trujillista de poblar aquellas zonas fértiles, pero deshabitadas, y peligrosamente cercanas a Haití. Doña Lilian continuaría los ideales de lucha paternos, particiándo, con su compañero Fernando Cueto, del Movimiento Revolucionario 14 de Junio (1J4), agrupación de izquierda que acabaría organizando la Gesta Gloriosa de Constanza, Maimón y Estero Hondo en 1959, con la intención de derrocar al déspota. Mi abuelo, con su compañera Gracita Cepeda, inició el desmonte de aquellas tareas de tierra que le fueron cedidas a bajo costo, y las puso a parir frutos, hortalizas; volvió feraz lo estéril, mientras nacían sus hijos (entre ellos León Félix Batista padre) y el dictador organizaba una siniestra matanza en la frontera. 

Fueron muchas y notables las realizaciones de Lilian Russo de Cueto en materia de cultura. En la que nos concierne, Ediciones Renovación comenzó a abonar la bibliografía dominicana desde 1988 con cuentos, poemas, ensayos y literatura infantil, sobre todo antologías de los premios locales. Ya en 2006, con la primera convocatoria nacional de 2005, empezaron a darse a conocer libros individuales de los galardonados, que incluyeron nombres tan relevantes como Roberto Marcallé Abreu, Rosa Francia Esquea y César Sánchez Beras, por sólo nombrar algunos. Y así discurrió esa faceta, hasta que desafortunadamente la Sociedad Cultural Renovación dejó de recibir parte de los auspicios, y el concurso volvió a ser provincial. Tuve la extraña fortuna de ganar también entonces, además de la primera, la última convocatoria nacional en 2013, con Un minuto de retraso mental, publicado en 2014.

Doña Lilian nació en 1936. Mi padre nació en 1934. Yo -su primogénito y con su mismo nombre- me convertí en poeta, y doña Lilian publicó dos de mis libros, que suman nueve en total, 8 de ellos con su primera edición en la República Dominicana. ¡Por nuestro país primero!

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León Félix Batista (Santo Domingo, República Dominicana, 1964), es poeta, ensayista y traductor. Ha publicado 23 libros en 10 países distintos, y ha sido traducido a cuatro idiomas.