Cuna de vida,

camino de sueños,

puente de culturas

(¡ay, quién lo diría…!)

ha sido el mar.

Joan Manuel Serrat

Miradlo hecho un basurero. / Miradlo ir y venir sin parar.

¿Dónde yace la basura en los mares? ¿Qué se esconde en sus profundidades producto de nuestro moderno “desarrollo”? Científicos de múltiples naciones y decenas de organizaciones ambientalistas han alertado que, al ritmo de producción actual, en apenas tres décadas el plástico depositado en los océanos del planeta pesará más que todos los peces que nadan en ellos, y que prácticamente todas las aves marinas del mundo en algún momento habrán retenido contenido de estos desechos en su aparato digestivo. El plástico, en suma, amenaza mortalmente la vida marítima y la salud de los océanos gracias a que desde los inicios de la década de los 50 del pasado siglo hasta la fecha, la industrialización química ha parido más de ocho mil millones de toneladas de este material, unos 400 millones anuales durante los últimos dos lustros. De estas, apenas el 12% han sido destruidas y el 9% recicladas. 

La mitad de los ligerísimos y duraderos envases, bolsas, y objetos desechables que cada día tiramos al basurero o a las calles, son utilizados una sola y única vez terminando en los cauces de los ríos y en la superficie de los océanos en cantidades asombrosamente insólitas: millones toneladas que llegan al mar año por año y son responsables de la muerte de cientos de miles de aves y animales además de impactar directamente la salud de nuestros congéneres. Al parecer de los expertos, la presencia del plástico será la marca geológica del Antropoceno; del período en el cual los humanos hemos dominado (y abusado) los ecosistemas a partir de la Revolución industrial. Diez países encabezan la lista de emisores de polución marítima y apenas tres empresas en uno solo lideran la producción de plástico mundial; la mayor, localizada en EE. UU., le convierte en uno de los principales contaminantes, aunque otros grandes consumidores como Asia, África y Latinoamérica son los más afectados por la amenaza causada por sus residuos ya que cuentan con menos recursos para combatirla. Debe tenerse en cuenta que la superficie geográfica de un país no está directamente relacionada con su capacidad de generación de desechos plásticos. A título de ejemplo, en el vasto territorio mexicano se acumulan diariamente 1.16 kilogramos de basura per cápita mientras que en el diminuto archipiélago de las Islas Vírgenes Estadounidenses esta cifra se acerca a los 4.4 kilogramos per cápita. 

Parece mentira que en su vientre se hiciera la vida. / ¡Ay, quien lo diría sin rubor!

La fauna que hace del mar su hábitat natural parecería no aguantar más: biólogos marinos estiman que una de cada tres tortugas (sobre todo las portentosas laúd [la Dermochelys coriácea] que confunden el plástico con las medusas con que se alimentan), y más de la mitad de las ballenas y delfines en los mares del Globo, desde hace tiempo han venido consumiendo este material muchas de ellas sucumbiendo a sus efectos nocivos. Aún más, resulta imposible creer que casi la totalidad de las aves que residen en el ártico canadiense y gran parte de los crustáceos que abundan en las insondables profundidades marinas, ya han ingerido a esta hora algún tipo de plástico o residuo, los llamados microplásticos o microfibras. 

Estas partículas no sólo se incorporan, intencional o accidentalmente, en el interior de los organismos vivos desencadenando con ello reacciones tóxicas y letales, sino que podrán vivir en el fondo del mar por centurias a venir resultado de su limitada biodegradación (se estima que la biodegradabilidad marítima del polietileno y poliestireno, componentes básicos del producto que nos ocupa, ronda entre los 400 y 800 años). Dadas estas propiedades fisicoquímicas y ya que el plástico no puede ser metabolizado por ningún organismo, sus desechos, a todas luces, constituirán el legado que la civilización del úsalo y tíralo dejará a las futuras generaciones.

Miradlo hecho un basurero, herido de muerte.

De continuar la tendencia actual, la plastiesfera controlará la biosfera, como ha advertido algún periodista. Y por supuesto, con mucha razón: porque ya son cinco las islas de basura plástica descubiertas en años recientes que han adquirido identidad propia: dos en el océano Pacífico, dos en el Atlántico y una en el Índico que, en conjunto, ocupan 16 millones de kilómetros cuadrados de superficie. 

La más descomunal de estas mal llamadas islas manchas es la localizada en las aguas del Pacífico norte que separan la costa occidental estadounidense de Hawái extendiéndose hasta el Japón; oceanógrafos calculan contiene miles de millones de trozos de plástico esparcidos en un radio cuatro veces mayor que el Estado de California. Allí, las corrientes del giro subtropical depositan restos de juguetes electrónicos fechados en el 1990, tapas de inodoro, neumáticos, cepillos dentales, vasos, platos, cascos protectores, encendedores desechables, cuerdas, botellas, bolsas y redes de pescar en tales magnitudes, que se estima que la zona contiene seis kilos de plástico por cada kilo de plancton. 

El continente americano no se queda atrás: la isla de Henderson en el Pacífico sur, deshabitada y con una superficie de solo 47 km2, a pesar de que constituye uno de los lugares más aislados de la Tierra, distante a cinco mil kilómetros del primer centro poblacional, posee la mayor densidad de basura antropogénica del mundo: 18 toneladas de plástico equivalentes a 671 trozos por metro cuadrado que han arribado allí gracias a las grandes corrientes oceánicas. Es decir, la basura de nuestra casa es, literalmente, la basura de todos.   

   

De la manera que lo desvalijan y lo envenenan, / ¡ay, quién lo diría que nos da el pan!

Evitar el consumo alimenticio de residuos plásticos constituirá una quimera para los humanos en apenas unos cuantos años; porque estos ya se han encontrado en la sal de mesa disponible en múltiples países de los cinco continentes; en el interior de corales, moluscos, peces y crustáceos frescos o congelados; e incluso en el agua potable. Rigurosos estudios han revelado también que las anchoas y ciertas variedades de camarones, atraídos por el olor y el sabor de las bacterias atrapadas en la superficie de la basura marina, se han convertido en voraces consumidores de bolsas plásticas. Por igual, bioingenieros europeos anuncian haber descubierto que, tras analizar muestras de grandes peces pelágicos, como el atún y el pez espada, obtenidas en el Mediterráneo, se encontraron trozos y residuos de plástico en su contenido estomacal. 

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, mientras tanto, ha publicado los resultados del análisis de muestras de tejido de delfines hallados muertos en sus mares: por primera vez han sido detectados altos niveles de organofosforados y otros plastificantes en la grasa, el hígado y el cerebro de dichos mamíferos. Aún más, investigadores han encontrado microfibras de plástico en la leche, la miel, la cerveza y hasta en el agua de suministro doméstico de múltiples países como resultado de los malos hábitos ciudadanos y, sobre todo, del desenfrenado desarrollo industrial contemporáneo. 

Cuánta abundancia, cuánta belleza, cuánta energía / (¡ay, quién lo diría!) echada a perder. 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha causado esta catástrofe en ciernes? No cabe duda de que el uso del plástico y sus derivados en la modernidad nos ha sido beneficioso en muchos aspectos: desde la aviación y las comunicaciones; desde la conservación de alimentos y la agilización del transporte y con ello, la reducción del consumo de combustible, hasta las más inverosímiles aplicaciones médicas, y mil cosas más. Sin embargo, a menos que la industria se regule y adoptemos hábitos más consecuentes con la protección medioambiental, dadas las crecientes tasas de manufactura, no cabe duda de que el balance perjudicará irreversiblemente la reserva oceánica del planeta. 

Por ignorancia, por imprudencia, por inconsciencia y por mala leche.

¿Hacia dónde vamos? Se estima que para el próximo año el mercado mundial del plástico sobrepasará los 600 mil millones de dólares; y en tres décadas habrá doce mil millones de toneladas de este material esparcidas por todo el entorno natural del planeta, cifra equivalente al peso de cien millones de ballenas azules. No se olvide que detrás de esta crisis medioambiental está el petróleo por supuesto; porque, aunque contemos con otros componentes menos dañinos, los hidrocarburos continúan siendo la fuente de manufactura del plástico de mayor rendimiento y ganancia económica para las empresas. De mantenerse la tendencia actual, para el 2050 este sector representará la quinta parte del consumo mundial de combustible fósil, sea este carbón, gas natural o petróleo.

¿Soluciones? El reciclaje, incuestionable necesidad perentoria, constituye apenas un parche al gran agujero aquí descrito ya que la tasa de producción del material es abismalmente mayor que la capacidad de reciclaje existente en los pocos países que cuentan con ella; así mismo, la manufactura de productos desechables biodegradables representa una solución parcial ya que dicho proceso es muy costoso e implica la utilización de vastas extensiones de tierra cultivable. 

¡Yo que quería que me enterrasen entre la playa (¡ay, quién lo diría!) y el firmamento!

Varias propuestas, a juicio de Greenpeace, de ecologistas y múltiples organizaciones científicas podrían dirigirnos hacia un futuro promisorio: antes que nada, la urgente concientización de las grandes poblaciones a favor de una sana utilización de los productos plásticos a la par de la adopción de una cultura opuesta a lo desechable y favorable al reúso; la regularización del uso y desecho indiscriminado de bolsas y otros objetos plásticos de gran consumo por parte de las autoridades; el establecimiento de políticas regulatorias a la industria incluyendo no sólo la adopción de cuotas de responsabilidad en la eliminación de residuos sino también el compromiso de búsqueda de una sustitución paulatina de las materias primas derivadas de hidrocarburos; y por último, el establecimiento de políticas gubernamentales que rijan esta poderosa industria.

De no encontrarse freno a la crisis aquí narrada, no habrá duda de que nuestros descendientes escucharán este lamento al mar preguntándose el porqué de tanta irresponsabilidad. 

Y seremos nosotros (¡ay, quién lo diría!) los que te enterremos. 

Lamento al mar (video)

Jochy Herrera es escritor y cardiólogo; miembro editorial de PLENAMAR y autor de Estrictamente corpóreo (Colección del Banco Central de la República Dominicana, 2018).