“Conversar es divino”, dijo Octavio Paz. Y hablar con Marcio Veloz Maggiolo, autor de una dilatada trayectoria literaria, es hablar con un sabio escritor, con un hombre cargado de pasado, de memoria y de experiencia; de vitales honduras y luminosas reflexiones. Acaso porque está en el otoño de su existencia, se torna más meditativo, lúcido y sereno en sus cavilaciones. Semeja un monje oriental, que lee —y relee— ahora con más pasión, textos sagrados y filosóficos de Oriente. Así pues, habla del amor, la muerte y la vida con más claridad y resignación que cuando era un joven escritor. Nos habla de su esposa fallecida –la reconocida locutora Norma Santana—con gratitud, admiración y veneración, al igual que de sus andanzas, exploraciones, investigaciones y lecturas, como de sus libros, cual si fueran sus hijos. Oírlo nos da lecciones de vida y de silencio.

Estamos ante un autor multifacético y poliédrico, que ha navegado por todos los géneros literarios, como pez en el agua. Visitarlo en su residencia es motivo de fiesta, pues es escuchar la voz de la sabiduría y las palabras de la experiencia. Su alma octogenaria semeja la de un infante, por su curiosidad infinita y su pasión, aun por la escritura y la lectura. Sigue leyendo y meditando, escribiendo y oyendo música, viendo películas y escuchando el canto de los pájaros, jugando con su perro o acariciando a su gato, como el primer hombre de la creación. Después de este diálogo, salí eufórico por sus respuestas a mis preguntas, y por el aprendizaje, al oírlo. Nos pasamos tres horas que parecieron un instante; de su mente brotan ideas, recuerdos, anécdotas y palabras sorprendentes y vitales, que son un ejemplo de constancia, perseverancia y pasión por las letras. Oírlo es como oír a la vez al científico y al artista, al sabio y al intelectual, al erudito y al escritor. Es sin dudas, nuestro Leonardo Da Vinci. Con él hablamos de su carrera literaria, de sus obras y de sus profesiones, para este primer número de Plenamar.  

  • Sabemos de sus aportes a la investigación arqueológica en el país y de su participación en hallazgos de piezas y objetos valiosos de la cultura taína. ¿Cómo pudo usted transferir esas experiencias del campo arqueológico a la creación de novelas —arqueonovelas o protonovelas, como usted las denominó?Hablo de Materia prima o La mosca soldado, por ejemplo.

Lo primero es que yo fui periodista antes que novelista y arqueólogo después que novelista. Por tanto, cuando entré a la arqueología y a la antropología me encontré con la posibilidad de transferir en literatura lo que iba pensando como antropólogo. Poca gente sabe que la antropología tiene unos espacios históricos que, al ser reconstruidos, ayudan mucho a la imaginación. Hay zonas de la arqueología que, para un escritor imaginativo, son una fuente inagotable.  Por esas razones, comencé a escribir creo que, de manera sorpresiva, mis novelas como novelas históricas, y ese núcleo yo lo reconocí luego cuando hice estudios arqueológicos en España. Entonces, la transgresión se produjo casi automáticamente. Era muy simple pensar al analizar la arqueología, que también es histórica, pensar en historias noveladas producto de mi capacidad imaginaria.

  • ¿Cómo se pueden distinguir la antropología de la arqueología en sus ensayos?

La arqueología es parte de la antropología porque es un estudio de las huellas culturales que el hombre va dejando. Por eso la arqueología es historia.  Esto lo demostraron los investigadores que, usando los restos arqueológicos, lograron coordinar acciones humanas, modos de vida, fuerzas de trabajo y organizaciones sociales, a través del dato arqueológico. El más destacado fue el australiano Goldon Childe con su libro El hombre se hizo a sí mismo, el cual hizo una inmensa reconstrucción histórica de Europa, a través de datos arqueológicos, y que fue la base de casi toda la arqueología llamada social. Por eso Childe es considerado el padre de la prehistoria europea. De manera, que como arqueólogo me inscribí en esa corriente ligada desde luego a los procesos de imaginación de mi obra.

Mis ensayos de arqueología son ensayos típicamente arqueológicos de interpretación de materiales, y son antropológicos cuando tratan de entender la sociedad como parte de un proceso de inteligencia en los cuales entran sin dudas las formas de trabajo, de vida y medio ambiente, así como numerosos datos destacables, a través de las excavaciones que produjeron datos históricos escritos con los artefactos, al ser interpretados. No hay una frontera real entre la arqueología social y la historia.

  • Usted ha incursionado en todos los géneros literarios. Incluso escribió una obra de teatro y se inició como poeta. ¿Esas transferencias fueron conscientes o inconscientes? ¿Obedecieron a una poética o a un desafío o personal?  ¿O a una búsqueda de estilo?

Yo diría que obedecen a un descubrimiento de mi formación académica. Yo descubrí que podía perfectamente hacer literatura con rasgos de prehistoria y rasgos de historia social del pasado. No es solo un descubrimiento mío, sino que hay otros autores que han hecho lo mismo, como el peruano José María Arguedas, que en sus novelas maneja la sociedad indígena como un etnólogo o como alguien que hace antropología desde la literatura, igual que yo, que lo he hecho desde la antropología, y por eso tenemos ese hecho en común.

  •  Después de Manuel del Cabral, con su libro Cuentos cortos con pantalones largos, de 1981, es usted el continuador de esa tradición de la minificción o microrrelato en el país, que se ha puesto de moda aquí y en muchos países de habla hispana. ¿No es cierto? ¿Por qué no continuó escribiendo libros como Cuentos, recuentos y casi cuentos?

Yo conocí a autores en México que escribieron microrrelatos como Roberto Armijo, Álvaro Menéndez Leal y Tito Monterroso. Y había publicado ya antes que ellos por algo de inspiración en la revista El cuento, dos minicuentos.

  • Sabemos que usted estudió filosofía en la Universidad de Santo Domingo. ¿Quiénes fueron los filósofos que usted leyó en su formación, y por qué no continuó el cultivo de la filosofía, a través de ensayos o tratados?

Yo fui lector furibundo de Unamuno y de Ortega, por mi maestro Fernández Spencer, y hablábamos de Ortega y Gasset diariamente. Fui seguidor de Heidegger, de las filosofías de las contradicciones. Y seguidor además del pensamiento de Machado, quien era pensador, aunque no filósofo. La poesía entró en mi poesía, como en mi libro El sol y las cosas, de 1957. Me dejé llevar por la corriente existencialista de moda en mi época. Leí a Sartre y Camus, y novelistas con rasgos filosóficos. Yo estudiaba filosofía no para ser filósofo sino escritor. Por tanto, tuve una orientación clara hacia dónde iba mi vocación, que eran la narrativa; en la poesía tuve modelos como Machado y Bécquer, quien me enseñó a descubrir la sorpresa y el poema que tenía un mundo dentro y que había que descubrir de un solo tajo. Leí los 20 poemas de amor de Neruda que produjeron un mí un efecto que no me producía Darío, con sus princesas y cisnes, y su poesía sonámbula. Neruda me colmó de una realidad nueva, cuando decía: Desde el fondo de mí arrodillado… Ese solo verso produjo en mí un efecto devastador.

  • Usted estudió, además, periodismo en Ecuador. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué lugar ocupa el periodismo en su obra literaria y qué tanto le ha ayudado en su obra de creación o de investigación? ¿O en su obra ensayística?

Es una pregunta interesante. Yo fui periodista por vocación. Porque veía en la comunicación social mi primer contacto con la sociedad de la que vivía. Conocía periodistas como Francisco Comarazamy  o Carlos Curiel, quien tenía una gran cultura. Y empecé joven. Me inicié como periodista de prueba. Después, el periodismo me produjo una adicción y pensé que debía convertirse en narrativa en los años 50 y 60, en la época de las invasiones cuando quería hacer teatro, novelas y cuentos. Hay obras mías como El cáncer nuestro de cada día o Después las cenizas, de las cuales tengo originales que se presentaron en Santo Domingo y en la Universidad de Indiana, y también varios entremeses en carpeta. Cuando empecé lo había hecho con el deseo de mi espíritu y mi vocación literaria que estaba en mi sangre, pero en mi vida mi tía Livia Veloz y mi padre, que escribía poesía, a veces, y mi madre, que era evangélica recitaba poesía. En mi casa había un ambiente literario. Mi padre tenía libros como los de Fenelón, Los doce césares, Las vidas paralelas de Plutarco, etc. No estaba todo en mi ambiente, pero me movía en un mundo literario de orden cultural. En mi barrio Villa Francisca solo había dos mil libros, y no todos éramos lectores de libros. Leíamos lo que el maestro decía que era bueno.

  • ¿Por qué no continuó ejerciendo crítica literaria, como lo hizo con su libro Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo?

Yo siempre vi que había grandes huecos y uno de ellos era la crítica literaria. Uno admiraba mucho en esa época a Estervina Matos por su esfuerzo de hacer literatura y por sus opiniones que eran interesantes. Pero también me di cuenta de que los grandes autores eran desconocidos como Sócrates Nolasco, que era un genio de la crítica, igual que Flérida de Nolasco. Pensé que había muchas cosas que faltaban. Y pensé que la crítica no era algo personal y que había que compartirla, como ese libro que publicó la PUCMM, que tú mencionas. Ya había publicado artículos de orden literario, no de crítica literaria sino de una persona que hacía crítica “silvestre”.

  • Usted ha sido un consagrado autor de novelas, y, sin embargo, como narrador, ha publicado pocos libros de cuentos. ¿A qué se debe?

Porque el cuento es más difícil. Un buen cuento no se logra siempre ni tampoco una buena novela. Hay que escribir muchas novelas o cuentos para logar un buen libro. Los buenos cuentistas dominicanos no son muchos, es decir, los que han escrito buenos libros, por ejemplo. El único que tiene muchos cuentos es Bosch. Los demás tienen uno o dos libros buenos, y hay algunos que están perdidos y olvidados en las páginas de los periódicos.

  • ¿Cuáles han sido los novelistas que más lo han influido, desde el punto de vista técnico y formal, en la creación de mundos imaginarios y universos narrativos? 

Me han influido varios novelistas. Un amigo decía que el que no tenía influencias de los grandes autores las tenía del chinero de la esquina. La influencia es un factor de intercambio desde un callejón de Villa Francisca hasta la última edición de El Quijote. Todo se hace literatura según la mirada del escritor. Todo se está fermentando dentro desde que empiezas a escribir. Está guardando muchas de las cosas que exhibía, desde la muchacha del barrio hasta el policía que te perseguía porque jugabas pelota en la calle…  y cosas que, luego se transforman en materia de novelas. El novelista es un captador de la realidad que está viviendo y esa realidad se convierte en literatura.

  • ¿Tiene usted algún proyecto de novela nuevo, o algún otro libro inédito que piensa publicar próximamente? ¿Volverá a escribir poesía, teatro o cuentos?

Tengo dos novelas. Escribo simultáneamente. Yo anoto el núcleo en mi computadora. Esos núcleos son pequeños argumentos que están a la espera. En realidad, tengo una sola novela que es El general y su dama. No quiero publicar una novela sobre generales sino sobre la realidad dominicana de la época de Lilís. Una vez creía que la tenía concluida, se la envié a mi hija Nataly, y me hizo una serie de reparaciones y me dijo lo que tenía que cambiar, y le dije que era más crítica que yo. Hago una nueva novela donde soy un personaje que critica lo que el autor está haciendo mal. Son cosas que da la vida. Estoy en 50 por ciento de una nueva novela que lleva 300 páginas, pero debo reducir. Porque el novelista se lleva del ritmo de la escritura y escribe de más y tiene que eliminar muchas cosas, incluso personajes. Ya no escribo con la premura de antes como cuando escribí Los ángeles de huesos y Materia prima.

  •   ¿Qué mensaje usted le deja como legado a los jóvenes novelistas y también a los nuevos arqueólogos dominicanos?

Las exhortaciones son para los que saben escribir. Los demás no me interesan, pues no todo el mundo puede ser escritor. Yo puedo dar un consejo a alguien que está haciendo algo específico, pero no doy consejos generales. Nadie fue maestro de Rulfo como cuando escribió sus libros.

  • Todos sabemos que usted junto a Carlos Esteban Deive y a Ramón Emilio Reyes conformaron una trilogía de autores que cultivaron en los años sesenta la novela y el relato bíblico. ¿Por qué lo hicieron durante la era de Trujillo y por qué usted no volvió a escribir ese tipo de textos?

Escribí dos novelas bíblicas. Los seis relatos y luego dos relatos bíblicos de libros diferentes. Porque la Biblia ya no era el elemento esencial de pensar. Después me influyó el novelista polaco Par Lagerkvist, y esa literatura me influyó tanto como otros autores, y algunos que no me influyeron, sino que me influyeron a sí mismo.

  • Otra vertiente en la que usted ha incursionado es la literatura infantil. ¿Por qué lo hizo en su etapa de madurez y no en sus inicios?   

Porque hay un elemento familiar. Fui hijo único. Nunca tuve hermano a quien contar un cuento. Cuando tuve hijos y nietos me di cuenta de la importancia de los hijos para sentir lo que siente un autor. En mi infancia fui un lector de cuentos porque mi tía Enriqueta Maggiolo me enseñó a leer Las mil y una noches y demás cuentos orientales, así como las novelas de aventura de Salgari que leí y que eran libros de imaginación calenturienta. Son libros que me interesaron y son libros de aventuras, y eso es importante que un lector tenga un autor que genere en su yo la capacidad de asombro. Cuando uno se asombra se apasiona, cuando lee y se asombra, uno es un autor apasionado, y cuando te asombra tienes que investigarte tú mismo.

26 de junio de 2019.

Basilio Belliard, poeta, narrador y critico dominicano.