La expresión cultura digital es inherente a los procesos actuales de revolución tecnológica y transformación de la comunicación. Suele ser tan laxa como la expresión filósofos de la cultura, que designa a aquellos pensadores que, sin dejar de ser específicos y profundos, tratan una diversidad de temas relacionados con el sujeto y el mundo de la hipermodernidad y, consecuentemente, asociados al medio digital, la tecnociencia, los acontecimientos de la sociedad reflexiva, el ciberespacio y los desafíos que estos cambios representan, a su vez, para las tradiciones humanísticas y para la cultura. En ese entramado conceptual, la técnica, en cuanto que facultad de la naturaleza humana, se refleja y en ocasiones se confunde con la tecnología, última que se resuelve en los dispositivos y artefactos, con sus complejidades y utilidades en la vida cotidiana de la contemporaneidad.

El dinamismo del quehacer filosófico en ese amplio espectro de la cultura digital, como también en el análisis y las propuestas respecto del impacto devastador de la pandemia del nuevo coronavirus, que causa la enfermedad Covid-19, en las ciencias médicas, la economía y la psiquis colectiva nos señala claramente la pauta de que el saber filosófico no es mera contemplación o meditación en sí misma, sino, además, una práctica, un ejercicio de pensamiento activo orientado a desentrañar las raíces de las problemáticas, tanto urgentes como trascendentes, del ser humano, de su entorno y de sus propias capacidades inventivas e imaginativas. La batalla de la ciencia médica contra la morbilidad y letalidad del coronavirus significa, después de todo, y más allá de su propia viralización cibernética, una batalla de la inteligencia humana, con la incorporación de la secuenciación algorítmica y la inteligencia artificial. En esa batalla la filosofía ocupa su trinchera, aunque como la de José Martí, es de ideas y no de sacos de arena o de piedra. 

En tal virtud, el mundo de la información, anclado en el medio digital, expone con igual rigor y despliegue las novedades relativas al progreso o desescalada de la curva de contagios y las cantidades de fallecidos y recuperados, como las proyecciones del aterrador golpe que a la economía mundial y a la vida familiar infligirá la secuela de la crisis sanitaria, y por si fuera poco, la visión que de esos hechos, sus improntas y sus prognosis tienen los filósofos relevantes de la actualidad. De ahí que insistamos en que pensar es vivir y asumir la vida a tenor filosófico implica una constante vigilancia del pensamiento sobre los acontecimientos para, en una práctica constante y vital, volver sobre el pensamiento mismo. Esa vuelta del pensamiento sobre sí es lo que ocasiona la rebelión de los símbolos y la irrupción de nuevos saberes.

Con sus argumentos a favor y sus múltiples cuestionamientos, la digitalización, en tanto que revolución, es ya parte de la vida misma, y la filosofía ha labrado un campo nuevo, al que, con fronteras o no entre la filosofía y la ciencia, llanamente se le denomina humanidades digitales o cultura digital. ¿Pueden las tecnologías digitales, o bien, los gigantes tecnológicos constituir un peligro para la sobrevivencia de la filosofía? El trabajo de José Ignacio Galparsoro, titulado “¿La filosofía amenazada por Google?”, presentado en este dossier, prefigura graves consecuencias para la humanidad el solo hecho de que la filosofía esté amenazada por el giro digital. Ahonda, además, en el propósito ulterior del poshumanismo (o posthumanismo) en procura del mejoramiento o el reemplazo radical del ser humano biológico, para la instauración del reino de lo humano no humano. Por su parte, en el artículo que aquí publicamos titulado “El sujeto de la inteligencia conectiva versus la artificial”, Andrés Merejo establece la necesaria vigilancia de la inteligencia humana sobre la artificial y concluye que el mundo virtual se expande en base a la inteligencia creativa conectada al ciberespacio y sus diversas dimensiones digitales. En su ensayo titulado El ser humano inferior.  El futuro de la humanidad en la época de los algoritmos”, Nicanor Ursua, como es deber de la filosofía, se plantea un interrogante clave, acerca de si se hace inferior, si se disminuye el ser humano en razón del apogeo del medio digital y la hegemonía del algoritmo en nuestro tiempo. Apuesta a la superioridad del ser humano, dada su naturaleza emocional y su complejidad vital. El sentimiento y el olvido siguen siendo atributos privativos, a los que aun no llega el algoritmo, de la especie humana y su inteligencia. Finalmente, en su texto “Platón y el ciberespacio”, Román García Fernández conecta la clásica teoría del conocimiento del filósofo griego, basada en el Mito de Caverna, con el pensamiento contemporáneo y el reto de la digitalización y del ciberespacio. Parecería que aquella metáfora dualista de los mundos de la luz y de las sombras, de lo real y su reflejo en la caverna platónica ahora se nos presentara como mundos real y virtual, a veces imbricados y otras veces separados. Preguntarse por la realidad de la realidad virtual es mucho más que un simple juego de palabras. ¿Lo real de un objeto es su idea? O por el contrario, ¿en la objetualidad cósica per se, en la materialidad y no en su forma radica la realidad de ese objeto?

Plenamar ha querido reunir a estos cuatro pensadores, a quienes agradecemos su entusiasta colaboración, para que, desde su particular ángulo de miras, desde su personal y borgeana biblioteca de sentidos, y desde la especificidad de su concepción filosófica del tema, nos presenten un enfoque singular y relevante del complejo universo de la cultura digital y de cómo el ser humano y uno de sus atributos esenciales, la inteligencia biológica, pueden tener futuro o no en los ámbitos de la digitalización y la globalización del tiempo y el espacio. Esperamos que estas ideas despierten el interés de los lectores.

José Mármol