Hace alrededor de veinte años, cuando apenas empezaba mi carrera en la Universidad de Toronto, Taty Hernández me entrevistó a propósito de la publicación de mi primer libro académico. Mi entrañable interlocutora hizo muchas preguntas sobre la literatura de nuestro amado país, pero se concentró en saber mi parecer sobre el estado de la crítica literaria dominicana y sobre mi propia labor como crítico neófito. Una de sus interrogantes me desconcertó: “¿Para qué sirve la crítica?”. Recuerdo que salí del paso con una respuesta basada en lo aprendido leyendo al más grande de nuestros críticos literarios: Pedro Henríquez Ureña. Le dije que la crítica servía para muchas cosas, sobre todo si se piensa en ella como una forma de pedagogía pública, como una práctica que contribuye a formar animales políticos más lúcidos y mejores seres humanos. Continué diciendo que, para alcanzar este efecto, la crítica debía procurar ubicarse siempre más allá de la doxa, de la opinión común, de esa versión pretendidamente irrefutable de la realidad. 

Hablaba en aquel entonces desde el apasionamiento de quien se inicia en un espacio nuevo y siente que tiene algo que decir. El tiempo no me ha hecho menos pretensioso. Tampoco ha aplacado esta costumbre de aplaudir la crítica transformadora y denunciar aquella que no se ajusta a los principios de precisión y diafanidad retórica defendidos por Pedro Henríquez Ureña, quien entendía, como el José Martí que tanto admiró, que la crítica es la salud de los pueblos. 

Muchas de los problemas que encontraba en la crítica literaria de hace veinte años los sigo viendo ahora, curiosamente en las mismas figuras que continúan copando los pocos espacios de difusión y comentario sostenido en torno a la literatura en la República Dominicana. Hablo de un tipo de crítica que se muestra anacrónica, teóricamente desfasada y, para colmo de males en los tiempos que corren, también paternalista y androcéntrica. 

Afortunadamente, este tipo de crítica es hoy más bien una curiosidad de otros tiempos y no la norma vigente. Esto es así porque la crítica literaria dominicana también cuenta con otro tipo de cultores. Hablo de críticos que, lejos de dialogar consigo mismos, se interesan por comunicar y compartir con sus lectores un proceso de conocimiento mutuo. Pienso, por ejemplo, en José Alcántara Almánzar, Jochy Herrera, Chiqui Vicioso, José Rafael Lantigua, Soledad Álvarez, José Mármol, Ángela Hernández y Plinio Chahín. No puedo dejar fuera de este conjunto la notable labor de Guillermo Piña Contreras, Fari Rosario y Sandra Alvarado Bordas, incluidos en las páginas de Escribir otra isla con ensayos en torno a la obra de Juan Bosch, Marcio Veloz Maggiolo y Aída Cartagena Portalatín, respectivamente. Ciertamente, el trabajo de estos y muchos otros estudiosos que practican la crítica literaria desde Santo Domingo renueva el estudio de la literatura dominicana sin afanes dogmáticos. 

Al organizar Escribir otra isla junto con Fernanda Bustamante y Eva Guerrero, se estableció como norte el contribuir a la expansión de las coordenadas con que se estudian las letras de nuestro país dando cuenta de la variedad de enfoques teóricos y metodológicos que ampara, así como de los diversos lugares desde donde se practica esa crítica en la actualidad. De esta forma, el volumen procura oxigenar la crítica literaria dominicana con análisis novedosos de obras inexplicablemente ignoradas, así como relecturas de textos fundacionales del siglo XIX y la considerable producción del siglo XX junto con el análisis de la producción más reciente.

Entre las contribuciones que integran el volumen figuran la de la novel crítica ucraniana Olga Nedvyga, que examina la obra de Amelia Francasci; el ensayo del profesor dominicano afincado en Canadá, Ramón Victoriano Martínez, quien regresa a La sangre de Tulio Cestero para rastrear la representación de la clase intelectual y la ciudad de Santo Domingo. Por su parte, Eva Guerrero, indaga en la conexión de Abigaíl Mejía con España según se manifiesta en Hojas de un diario viajero. Sharina Maillo-Pozo rescata a una autora emblemática del pensamiento y el movimiento feminista en la América continental: Camila Henríquez Ureña. 

Por otro lado, Eva Valcárcel, de la Universidad de La Coruña, encuentra nuevos ángulos de interpretación en el archivo de La Poesía Sorprendida. El crítico y traductor italiano Danilo Manera presenta una lectura de la novela de Trementina, Clerén y Bongó centrada en la recepción crítica recibida en la década del cuarenta de su publicación. Por su parte, la académica española María del Rocío Oviedo y Pérez de Tudela estudia la cuentística de Juan Bosch con atención a la vertiente singular del mito y la estructura trágica de su narrativa. 

Otros aportes incluidos en el volumen son la innovadora lectura que la crítica canadiense Catherine Sawyer realiza del poema “Contracanto a Walt Whitman” de Pedro Mir y la del académico camerunés Alain Atouba en torno a la representación de subjetividades afrodescendientes en la poesía de Juan Sánchez Lamouth. 

Completan el volumen los ensayos de la puertorriqueña Violeta Lorenzo sobre la narrativa de Ángela Hernández; el exhaustivo examen del motivo del mar en la poesía de José Mármol por parte de Jochy Herrera; la aproximación a la “conciencia mestiza” del sujeto en la obra de Josefina Báez a cargo de la profesora chilena Fernanda Bustamante; el abordaje a la novelística de Rey Andújar realizado por Catherine Pélage y la lectura de la obra reciente de Rita Indiana por parte de las académicas belgas Marie Schoups y Rita de Maeseneer.  

El trabajo con este amplio registro de autorías y obras da cuenta del empuje de la crítica de la literatura dominicana en la actualidad. Hace veinte años era una rareza encontrar en revistas especializadas y compilaciones académicas en torno a la producción cultural del Caribe alguna contribución dedicada a la literatura dominicana. Desde entonces su atención académica ha crecido por cuenta de diversos factores, entre ellos, la atención al libro dominicano por parte de casas editoras internacionales; la consolidación de los estudios dominicanos como disciplina académica en los Estados Unidos y la labor de difusión realizada en Europa a través del establecimiento de Cátedras como la “Pedro Henríquez Ureña” de Estudios Literarios Dominicanos en la Universidad de Salamanca en 2012 y la de Estudios Dominicanos “Marcio Veloz Maggiolo” en la Universidad de Milán en 2019. Estas iniciativas se han desarrollado a la par del esfuerzo de especialistas ubicados a ambos lados del Atlántico que trabajan en colocar el estudio de las letras dominicanas en los circuitos académicos más exigentes del mundo. La nómina de autores y autoras que integran Escribir otra isla es signo de esa imperiosa y significativa tarea. 

(Palabras leídas en la puesta en circulación de Escribir otra isla. La República Dominicana en su literatura (Leiden: Almenara, 2021) en el Monumento a Fray Antón de Montesino en Santo Domingo, 29 de abril de 2022)

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Néstor E. Rodríguez (La Romana, República Dominicana, 1971) es autor, entre otros libros, de Limo (OrganoGrama, 2018) y Poesía reunida (Zemí, 2018).