Quiénes somos, cómo somos, son interrogantes que se sustentan dentro de una realidad corpórea. 

A lo largo de mi diminuto recorrido dentro de la investigación literaria he tendido a emprender búsquedas, uno de mis tópicos habituales es la indagación en la temática del cuerpo visto desde sus distintas acepciones: como contenedor o como ente contenido, su manera de habitar los espacios, así como el hecho amplio habitar un cuerpo. 

A partir de estas búsquedas que siempre regresan he comprendido que esta, la temática corporal, esta acción de escribir del cuerpo propio, esa manera de aceptarnos como materia que habita y es habitada, que se describe desde una particularidad tocable, tangible, es una actividad que se ha desarrollado y se potencia en la literatura escrita por mujeres. 

Diciéndonos sin miedo nos arriesgamos, nos exponemos, para contar todo lo que somos en cuerpo y en idea. 

Esta temática la traté en mi tesis de maestría, que tenía como título:

“El tópico del cuerpo y su relación diversa con la espacialidad en la poesía de Aída Cartagena Portalatín” 

Mediante ese recorrido investigativo pude constatar de forma general, cómo la mujer ha articulado los pasos para forjar el empoderamiento de una posición dentro del mundo de la literatura y a la par, cómo se ha ido adueñando de la palabra cuerpo que va ligada a cada movimiento y a cada función humana. Cómo a través de los años se ha ido desarrollando una voz que es a la vez un cuerpo escrito, cuerpo femenino en la literatura hispanoamericana.

Según Carmen Mora el concepto del cuerpo “ha sido consustancial con el hecho literario. En efecto […] ha formado parte de la representación externa de la realidad” (Mora, 2003, p.9).  

Ya desde el siglo XIII el cuerpo aparece en la literatura con la conciencia del otro, del cuerpo admirado o el objeto del deseo, siempre desde una perspectiva descriptiva, por ello dice Gimbernard que el cuerpo de la mujer ha sido “uno de los territorios más largamente definidos, apropiado desde afuera, desde el otro lado del abismo” (Gimbernard.2020. p.91). 

En las primeras manifestaciones literarias escritas por mujeres, aparece el cuerpo y lo hace como un espacio para escalar hacia lo divino. Es en el siglo XVIII, con el espíritu de la Ilustración, donde se toma conciencia del cuerpo en su realidad específica y su identidad dentro de la obra. Para esta época se gesta la Revolución Francesa y es donde encuentra sus bases el feminismo moderno con “la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” (Henríquez. 2004. p. IX), redactada por Olimpia Gouges en 1791. Por todos estos hechos, se inicia una proliferación de la literatura escrita por mujeres en toda Europa. 

Latinoamérica no estaría alejada de todo este fenómeno pues ya desde los 1800s empiezan a relucir nombres notables tales como Emily Dickinson (1830-1886), Juana de Ibarbourou (1892-1979), Alfonsina Storni (1892-1938), Gabriela Mistral (1889-1957) y nuestra Salomé Ureña (1850-1897) quien irrumpe en la literatura nacional con su temática de mujer y nos regala ahora la posibilidad de enfocarnos en la búsqueda del cuerpo en la poesía escrita por dominicanas:

Salomé escribió en el poema “Quejas”:

Sí, que jamás supiste
cual se revuelve en su prisión estrecha,
desconsolado y triste,
el pobre corazón, que en lid deshecha
con su tormento rudo
morir se siente y permanece mudo

Salomé menciona el cuerpo en su padecer cuando se refiere a “la prisión estrecha” del corazón. Habla de un sufrimiento tangible. De cómo se deshace una parte de su cuerpo que es carne, expresando con símiles su pena.  Se da permiso de ser franca, se desnuda para expresar su dolor, palabra que nos habla directamente del cuerpo y que va atada a la manifestación de los sentimientos en la literatura escrita por mujeres.

Es de esta manera que voy en busca de los cuerpos y de manera específica de los distintos cuerpos que aparecen en textos poéticos escritos por mujeres, por ahora y de manera particular, de escritoras dominicanas. Así lo hice en mi investigación con la poesía de Aida Cartagena Portalatín, mediante un recorrido que abarca desde Víspera del sueño, su primer libro, hasta La voz desatada y La tierra escrita.

Todos aquellos que han estudiado la poesía de Cartagena Portalatín, dividen su poesía en dos grandes etapas. La primera, la más valorada por los críticos que se centraban en el análisis tradicionalista de la poesía y que separaban el quehacer poético femenino del masculino que sucede desde 1944 hasta 1955, y la segunda, a la cual Manuel Rueda (íntimo amigo de la poeta) le adjudicara la labor importantísima de actualización de las letras nacionales, sucede entre 1959 y 1962 en adelante. En este texto me limitaré a encaminarlos a descubrir el cuerpo de Aída en su primera etapa que abarca desde Víspera del sueño hasta Una mujer está sola:

En Víspera del sueño, Aída trata el cuerpo de manera sutil. Habla desde un cuerpo, pero siempre desde un sentir interior. De más está decir, que para sentir se necesita un cuerpo. Aquí la autora trabaja un cuerpo que es más bien observador y generador de sueños. Un cuerpo con tendencias extensas dentro del mundo de la imaginación y el deseo. 

En el libro Del sueño al mundo Aída dirá: 

“Estas manos en siderales búsquedas. Piérdese mar arena. / Ángeles angustiados de un meridiano alto, hiriendo los espacios” (Cartagena Portalatín, 2000, p.58). Podemos observar que ya está presente, ha dado un paso de cercanía hacia su propia realidad de mujer, son precisamente sus manos que indagan en el mundo propio. También podremos identificarla por la utilización de la primera persona. 

En Mi mundo el mar la voz de Cartagena Portalatín presenta un giro. Ahora pasa a ser un personaje real, presente. Se menciona a sí misma como parte del texto en tercera persona, es narradora omnisciente y personaje a la vez, se llama por su nombre. Es en Mi mundo el mar donde la escritora empieza a dotar su escritura de un cuerpo empoderado, dando los pasos para la completa transformación que se planteará en el futuro. En la expresión: “Si esa materia de mujer que late alrededor de la sinrazón de su armadura, no se espantara como se espantan los peces que dialogan” (Cartagena Portalatín, 2000, p.93), su voz poética reconoce los componentes de su “realidad” de mujer, es decir, todo lo que la figura, su cuerpo y sus ideales en conjunto. 

Con el libro Una mujer está sola Cartagena Portalatín no se refiere a sí misma en tercera persona, habla desde la primera persona, pero a diferencia de sus primeros libros, lo hace utilizando el pronombre yo, singular de la primera persona, es decir, se dice sin velos. El poemario inaugura sus páginas con los siguientes versos, famosos y poderosos: “No creo que yo esté aquí de más. / Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo”. (Cartagena Portalatín, 2000, p.103). Su presencia se constituye en una fuerza mayor. Ahora muestra un tipo de conciencia en el que todas las posibilidades de sus diversos cuerpos están aunadas y caminan hacia una sola dirección, así demarca el hito del cambio en su quehacer poético.

Ya no existe duda de que la poeta es dueña una imagen absoluta y real que la representa en sus textos, la imagen de su propio cuerpo, estrategia que emplea para comunicar sus preocupaciones hacia “el hombre” que en su obra representa al mundo y todos los habitantes de su isla. A partir de este libro Aída inicia un proceso creativo donde gira la mirada que estaba centrada en ella hacia lo que yo llamaría un cuerpo colectivo. Su poesía se convierte en la manera de expresar su sentir social, su preocupación por el país y por sus hermanos dominicanos, generando parte de la más importante poesía de la nación.

Otras tantas autoras dominicanas han trabajado de manera acertada el tópico del cuerpo, como es el ejemplo de Sally Rodriguez en sus libros Luz de los cuerpos, La llama insomne y Diálogos sin cuerpos. Expondré un fragmento donde aparece su cuerpo en el poema “Mujer”:

“Puedo ser piel y tibieza

y puedo darte la noche que guardo

y el viento que envuelvo

más allá del silencio

Puedo darte toda mi piel y mi hondura

soy el agua brava del rio”

La autora utiliza el cuerpo como una ofrenda. Se entrega. Su cuerpo es un ente semejante a la naturaleza y sus características por lo que deducimos que es un cuerpo que muta hacia la inmensidad.

Luego al decir:

“Romperás mi vestido

y conocerás

el fondo de mi profundidad

más allá de la piel”

concluye con la idea del cuerpo como un territorio, denotando espacialidad y características propias de la geografía.

También Lauristely Peña Solano ha trabajado el tópico del cuerpo desde su perspectiva única y propia en su libro Roja

Lauristely dirá en el poema “Roja 2”:

“Observo mi cuerpo desde el extremo opuesto del telescopio”

Donde la poeta es su propia observadora y emprende una auto investigación desde su hecho corpóreo, luego dirá:

“Dentro de los límites de mi cuerpo

enclavada en mi pelvis

una luz roja palpita”

Aquí sin duda existe un cuerpo llamado por su propio nombre, expuesto, prevaleciendo el estilo de la autora ausente de miedo alguno. Existe en estos versos un ahora que se funde con su realidad de mujer. Cuerpo – pelvis – palpitar, son tres palabras que dicen mujer y se amarran con la palabra luz, esa luz que somos y que en este libro posee un color especifico, que es nuestro color por excelencia, el color de la sangre.

¿Cuál otro centro del universo se podría proponer aparte del cuerpo?

El cuerpo no puede ser separado del ser humano ni de sus sueños, por lo tanto, es el centro de toda realidad. Ningún ser puede distanciarse a conciencia del motor que le genera la potencia de ejecución. Nuestra conjunción humana dual otorga a nuestra envoltura un sentido final que es el sentido global y común de ser

Mediante el rastreo de los cuerpos posibles dentro de un cuerpo poético femenino hemos descubierto la posibilidad que tiene nuestro cuerpo de ser poesía dentro de la misma poesía, hemos comprobado que “decir el cuerpo propio” es un ejercicio de nuestro género, no exclusivo, pero si identitario y sumamente necesario, donde lograrnos reconocernos y aceptarnos como entes reales, donde otorgamos un valor a nuestra materia de hembras. 

Invito a los lectores que así se animen, a continuar esta indagación dentro de la maravillosa temática del cuerpo, que es indudablemente un valor más del terreno literario del anticanon, por lo tanto, de la escritura de la mujer.

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Denisse Español, Tenares, 1975. Poeta, ensayista, narradora y arquitecta. Autora de los poemarios Mañana es Ningún día (2013), Una casa en la palma de tu mano (2016), Sinfonía de la sal (2019) y Las mujeres que soy (2019). También tiene publicados los cuadernillos No conozco el cartero (2016) y Cartemas (2018).