En claro tributo al sempiterno vicio platónico de la reminiscencia, empiezo por recordar uno que otro episodio en los que pude conocer y desconocer al autor del volumen Convicto y confeso (1), (Santo Domingo, Editorial Mograf, 1989).

Primero llegó el desconocimiento, puesto que, por alguna razón que ahora se me escapa no pude acudir a su lectura en el seno del Taller Literario «César Vallejo», del cual fui miembro desde 1979 hasta 1984, más o menos. Entonces escuché hablar por vez primera de la voz poética «Maguita», singular eco de la Maga de Julio Cortázar.

Después, pude conocerle. Fue a mitad del decenio de los 80. Era una lluviosa tarde de sábado, una auténtica tarde vallejiana, en la que llegué acompañado de otros jóvenes poetas a su residencia. Entre otros temas allí sorteados lideramos la discusión en torno a dos: la filosofía marxista de Louis Althusser y la poesía de Miguel Hernández. Fue una verdadera suerte que estuvieran juntas al momento de conocemos la filosofía y la poesía; tal y como lo han estado a través de los siglos.

Ahora le he conocido en su dimensión más honda, en su expresión poética, que es, quiérase o no, la más absoluta y radical experiencia expresiva del ser humano. Es la zona del ser más tórrida y más fértil, al mismo tiempo. Sólo en la creación poética, como fue convicción de Fernando Pessoa, tiene lugar la posibilidad de concreción de una autosicografia del yo.

La poesía nos desfonda, nos degüella; nos hace pendular entre lo denso y lo vacío. Ella es el vestigio, la huella ockamiana de nuestra unidad espíritu-corpórea. En el lenguaje poético el ser instila su duración y su voluntad de infinito.

En el volumen Convicto y confeso (1), Enriquillo Sánchez reúne cuatro títulos poéticos abarcadores de más de dos lustros de escritura. Tal hecho confiesa de manera patética las sólidas convicciones que en torno a la teoría del poema alimentan a este autor.

Trepidación de manos. Imagen cortesía de Antonio Ocaña y Fundación Ramón Oviedo Inc.

No se presenta como un renegado de su obrar primero, antes al contrario, lo coloca de frente a sus aventuras poéticas posteriores, ofreciendo con ello un interesante concierto de registros expresivos diversos y una profusa retrospectiva de imágenes y atmósferas estéticas de incuestionable originalidad. Los cuatro títulos del volumen que van desde Por la cumbancha de Maguita (1976), Pájaro dentro de la lluvia (Premio Nacional de Poesía 1983), Sheriff (c)on ice cream soda (Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío 1985), hasta los Cantos del húsar (1985) revelan el cuidadoso oficio de una inconfundible personalidad poética.

Toda poética se inscribe en determinados paradigmas tempo-espaciales, quiere decir, histórico-culturales, así como en la intrínseca articulación de un sujeto concreto con un específico estadio de dinamismo sincrónico y diacrónico de su lengua. Y todo ello especta la intencionalidad intrínseca al poema mismo de superar el tiempo y el espacio que lo generaron. El poema trasciende su capa tectónica tempo-espacial. El poema se instala en el tiempo y el espacio como inminente superación verbal de ellos mismos. El poema es algo hecho de finitudes, pero, en irrenunciable procesión hacia la infinitud. Es que si algo tienen el ser y la historia (su historia) de esencial, de trascendental no es otra cosa que la palabra poética. Porque ella es palabra esencial en el tiempo y el espacio, para ir más allá de su tiempo y espacio. A una especie de ser-como-no-ser nos desafía y convida perpetuamente la creación artística, el acto poiético.

Todo poema es ritual, acto sacrificial de creación y destrucción, de derruimiento y edificación del lenguaje, por el lenguaje y para el lenguaje. Sólo por la lengua existen el individuo, la sociedad y la historia. De ahí que persevere con Emile Benveniste en que «mucho antes de servir para comunicar, el lenguaje sirve para vivir. Si sostenemos que en ausencia del lenguaje no habría ni posibilidad de sociedad ni posibilidad de humanidad es, por cierto, porque lo propio del lenguaje es ante todo significar» (Problemas de lingüística general, México,Ed. Siglo XXI, 1978, Vol. II, p.219). Yo he sellado esta expresión en la puerta de mi estudio con tanta firmeza como en mi concepción misma de la literatura. La he grabado con fuego y sangre.

Enriquillo Sánchez, por su parte, entiende que cuando el poeta duerme, sueña, y consecuentemente, trabaja. Sabe que no es en la mera e instrumental comunicación donde está la fuerza vital del lenguaje, sino en su soberano poder de significación y simbolización. Y el sueño, jamás el tumefacto documento histórico, es el ámbito apropiado a la creación poética.

Hay un rasgo distintivo, un denominador común en la obra poética de Enriquillo Sánchez. Su práctica escritural se erige sobre una codiciada, pero muy pocas veces lograda, estrategia discursiva: la de minar, constelar el poema con los elementos concretos y abstractos de la cotidianidad, hasta amueblar los espacios poéticos de modo tan simétrico que configure un singular mundo de simbolización. Esto último garantiza el rebase de la mera representación, reflejo o mímesis aristotétlica de lo exterior empírico.

En el libro Por la cumbancha de Maguita, la estrategia poética de simbolización radical de la cotidianidad -o lo que es igual decir, sublimación poética de la oralidad del español dominicano- alcanza elevados niveles de hallazgos formales, así como riquísimas inflexiones estéticas de los sistemas normal y funcional (E. Coseriu) de nuestra lengua-cultura, como nunca antes se había conocido en nuestra poesía, a no ser bajo la taxativa segregación entre lo popular y lo culto. Este poemario termina aboliendo la escisión entre popular y culto.

En los demás libros del volumen no desaparece el filón de estratagema poética antes señalado, sino que se transforma. En Sheriff (c)on ice cream soda resurge el coqueteo lúdico con la historia efectiva, con la tipicidad inherente a la historia económico-política y social de Latinoamérica, esta vez, eso sí, con mayores sujeciones localistas y con no menos riesgosas reiteraciones en la función subliminal del sentido del verso y en la estructuración morfosintáctica de la superficie de las imágenes. Tiene de novedoso, no obstante, la búsqueda de fórmulas alternativas de lectura, aún más allá de los límites de la poesía visual, colindando, más bien, con ciertas proclamas pluralistas.

En lo relativo a Pájaro dentro de la lluvia y Cantos del húsar es notoria la cercanía, desde la estructura formal de los poemas (elongación de la línea del verso, estructura fónica, núcleos léxicos con equivalente intención semántica) hasta el nada útil establecimiento de paradigmas, y en el mejor de los casos, relaciones de intertextualidad con autores como Mieses Burgos, Tomás Hernández Franco y Pablo Neruda. Con respecto a este último, nuestro poeta deja evidenciar la comunión a través de un texto parafrástico (ver «Undécimo canto» de Cantos del húsar, pp.225-226).

Sin desmedro de la valía estética de los demás títulos que integran Convicto y confeso (1), creo que hay aquí un libro ejemplar, no sólo en el marco de la producción poética de Enriquillo Sánchez, aún profusa, sino sobre todo en el ámbito de la poesía dominicana, y por qué no, hispanoamericana.

El propio autor insinúa, con sobrada y peculiar ironía, el contexto histórico-cultural de la poética que gobierna Por la cumbancha de Maguita. A este propósito afirma:

texto escrito al modo de la joven poesía

(ala derecha)

pero enrevesado por una muchacha de ají y de 

azabache, que ya comenzó

(P-11).

El autor se reconoce, lo cual refleja conciencia de oficio, hijo de una época. Por demás, reconoce que esa época signó, de algún modo y en función de su libérrima subjetividad y dominio estético del lenguaje, su escritura de entonces. Pero Enriquillo Sánchez ha sabido situarse más allá de los límites de su época, de su temporal modernidad, lo que le permite juzgarla y juzgarse con objetividad.

Por mor de la verdad, este autor, crítico de oficio y soberbio autocrítico, al modo que recomendaba Juan Ramón Jiménez, confiesa su deseo de separar una prehistoria de una historia. La prehistoria es todo lo invertebrado y estéril que se escribió desde la llamada Joven Poesía o Poesía de Posguerra. La historia efectiva derribó de bruces aquel reduccionismo pseudosocial. Es que la poesía no se nutre de heroísmos emocionales, sino que de lo que se trata es de fundar el héroe en el poema. Todo aquello es prehistoria por cuanto no supo articular, desde la poesía misma, al sujeto, su escritura y la historia. La historia es el devenir, y aunque hurgue en el pasado y se bañe en el presente, es hacia el devenir que debe apuntar el discurso poético, porque hacia allí apunta el lenguaje.

Por haber entendido a tiempo este último enunciado y por tener clarísimo el asunto de la preeminencia del lenguaje en la masa del poema, pudo este autor desde aquella poética y antes de los años 80 -que es cuando sus coetáneos y correligionarios empiezan a variar el rumbo- producir un texto de incólume validez poética, como lo es Por la cumbancha de Maguita. Sin conciencia de la naturaleza estética y alcances del lenguaje y de su rol sustanciador de la obra de arte, jamás podría haber arte de importancia trascendente. O al menos, con bastante valor estético intrínseco como para permitirle remontar el tiempo y el espacio de las ideologías hegemónicas, el Estado y la suprahistoria. Es precisamente a esta capacidad que llamo tesis en la escritura literaria.

Es clarísima la tesis de Enriquillo Sánchez en la citada obra. El poema emerge de la conciencia estética como un sistema lingüístico de objetivación de valores, por medio del lenguaje mismo. Esos valores perfilan, no sólo axiológica sino también ontológicamente, el carácter de la relación del sujeto o individuo con su lengua, su sociedad, su Estado y su propia cosmovisión frente al prójimo. El del discurso, el del poema, es el yo del sujeto. Nuestro autor lo ha explorado, lo ha desmontado en su dimensión existencial a través de un elemento táctico: el uso de la lengua, el habla. Porque como bien expresó Martin Heidegger, el habla es la morada del ser. Es el habla del dominicano de los años 60 el mejor documento para penetrar cognitiva y emocionalmente en su vida, sus deseos y su pensamiento.

De lo anterior deriva el hecho de que Por la cumbancha de Maguita como Sólo cenizas hallarás (bolero), de Pedro Vergés, en la medida que retoman y enriquecen estéticamente el habla del dominicano de un momento histórico determinado (un habla que permanece en la memoria deseante), y a partir de ahí simbolizan su vida y su sociedad, sean estos textos los destinados a enriquecer la literatura de habla hispana, más temprano que tarde.

Dibujo rojo, Ramón Oviedo. Imagen cortesía de Antonio Ocaña y Fundación Ramón Oviedo Inc.

La noción de sistema aplicada al poema ha de entenderse más que como conjunto de restricciones, como universo de libertades y espacio de materialización de voliciones lúdicas.

Enriquillo Sánchez le imprime universalidad estética al sociolecto propio del dominicano, entendiendo por tal, con E. Coseriu, el carácter socio-cultural de expresión de ciertos individuos en determinada época y en el marco de normas parciales de habla. Así se instalan en el espacio del poema, sin caer en lugares comunes o refritos localistas, frases y palabras como «sardina prieta», «pariguayo», «chiriperos», «la tigre», «cerveza ceniza» (que encierra la proximidad analógica de los opuestos lógicos frío-caliente), «longaniza frita», «novios de rompe y raja», «cuneta», «guaitaba», «alca sélser» (con ortografía de la oralidad), «atiemposo» (que aparece en algunos diccionarios como un localismo dominicano). Además, «papichulo», «chimichurri», «bimbín», «por donde le dicen cirilo», «me se arma» (inversión morfosintáctica propia del habla sureña), «jumiadora y jenequén», «friquitaqui», «enchulamiento», entre otros.

Elevar esos aspectos del habla a un contexto poético de sólida estructura rítmica y de apreciables construcciones simbólicas, significa hacer realidad las pretensiones de una poética bien fundamentada, así como hacer ver la literatura como intencionalidad del lenguaje.

No es la obra, el libro, el poema nacionales lo que a la literatura y a la historia importan; mucho menos a la lengua y al lenguaje. Es, antes al contrario, la elevación a lo universal a través del lenguaje de los valores de unos individuos y una cultura, lo que a la literatura infunde riqueza, especificidad formal y trascendencia. En cuanto que categorías ontológico-sociales distintivas de lo simbólicamente diverso que es la dominicanidad, esos valores son el sostén lingüístico, el asombro estético y el ritmo propios de la poesía de Enriquillo Sánchez.

No por otra razón se mezclan con bastante fruición y dominio de la técnica del poema registros expresivos propios del habla vulgar del dominicano, los ritmos musicales autóctonos y sincréticos, las fauna y flora del ámbito ecosistémico caribeño y otros elementos materiales y abstractos, con las ensoñaciones poéticas de César Vallejo, Julio Cortazar, Pablo Neruda, Baudelaire, Rimbaud y Manuel del Cabral, entre otros.

Hay tanta materialidad (impronta nerudiana), tanta natural concreción en cada poema de cualquiera de los títulos que componen Convicto y confeso (1), que se ve el lector empujado casi a sentir que vive a cada instante bajo la magia reencarnada del tacto de Empédocles.

La poesía no provoca el acontecimiento de nada. Enriquillo Sánchez lo sabe muy bien. Ella es la extrema manifestación de lo per se. ¿Hacia dónde habría de ir la poesía, a no ser hacia su infinita unicidad, hacia su mismidad lúdica? La poesía explayada en Convicto y confeso (1) se mueve entre sí misma y toda la poesía escrita en español en uno y otro confín. 

Para mí, lector de formas y devoto de la crítica como metáfora de la interminable maquinaria de la lectura, hay una brecha que me permite reabrir la obra de Enriquillo Sánchez infatigablemente. Ya en forma de pájaro, ya en asomo de mago, ya en estrella de sheriff o en nostalgia de húsar, la voz poética de este autor será sílex o fósil de nuestra lengua y del ser dominicano. El será, cuando reaparezca el diluvio y junto a un escaso puñado de poetas hispanoamericanos, condenado a escribir y escribir incesantemente en la faz del firmamento, con la lengua elemental y remotamente nueva del último pasajero del rocío.

(Ética del poeta. Escritos sobre arte y literatura, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 1997)

____

José Mármol es Premio Nacional de Literatura 2013. Autor de Yo, la isla dividida (Visor, 2019).