Vitico, tan dominicano, está para mí, sin embargo, relacionado siempre con Cuba, su segunda patria. 

Lo conocí recién llegada de Canadá. Andaba yo buscando oír de viva voz los testimonios de quienes habían participado en “7 Días con el Pueblo”,  y me aparecí junto con Orlando Martínez en un encuentro en el que creo que estaban él y Sonia Silvestre, inseparables hasta siempre. Como no tenía pelos en la lengua preguntó a rajatabla que qué hacía ahí “esta carajita”. 

Nos volvimos a encontrar muchas veces en Cuba y por Cuba. Asistía cada año al Festival de Varadero donde llegaba siempre acompañado y acompañando a “la Silvestre”. En Cuba aprendí a conocerlo y a quererlo con todo: cuando impulsaba con ardor las cosas en las que creía y también cuando emigraba hacia otros ardores. 

Vitico era bohemio pero no lo recuerdo bebiendo, era el alma de la fiesta mientras duraba en ella.  De pronto desaparecía y te dabas cuenta de que se había ido cuando empezabas a extrañar sus sigilosos acercamientos con algún comentario socarrón o burlón.  Vitico soltaba lo que se le ocurría y no disimulaba sus agrados y sus desagrados.  Por aquella época descubrí que andaba siempre con su música al hombro, tarareándola. Así escuché por primera vez “Martha”, una de sus primeras canciones. En una guagua en que íbamos de La Habana a Varadero le pregunté qué era lo que iba canturreando y me la cantó completa.

Para  la primera candidatura de Leonel Fernández, en 1996, fue el creativo de una campaña exitosísima que invitaba a ponerle una curita al país y a limpiarle los males con agua de sal. Con cerca de un centenar de “actores” fuimos a grabar el comercial a la avenida del Hipódromo, recién inaugurada. Al llegar me colocó en la primera fila, al lado de Leonel y de Jaime David.  Empezamos a caminar y a grabar, cuando de pronto manda a parar todo y me “jala” hacia un lado y me dice “Oye, te puse en el frente así que no me dañes este anuncio: hazme el favor de caminar derecha y con garbo. Lúcete”. Algo así recuerdo que me dijo, en un tono casi paternal que no se borrará jamás de mis oídos. Después, riéndonos, lo recordamos muchas veces.

Desde que salí electa diputada, me daba seguimiento haciendo sugerencias o celebrando algunas de mis posiciones en la Cámara. “Eso mismo habría dicho yo si hubiera salido electo diputado cuando Don Juan casi me obligó a ser candidato” -palabras más, palabras menos- me soltó en alguna ocasión. Por eso me sentí en la confianza de llamarlo para reclamarle por aquel movimiento del “Vote por ninguno” en 2010. Le argumenté que eso solo tuvo algún eco en la Circunscripción 1 del Distrito Nacional y nos enfrascamos, como tantas veces, en una interesante discusión.   En el fondo, lo que buscaba era que se estableciera el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a votar en blanco, pero sin tomar en cuenta, como le dije,  que ese llamado a votar por ninguno solo beneficiaba a los malos de siempre.  De inmediato, en una reacción muy suya, reconoció que era cierto pero retomó de inmediato la ofensiva: “¿Y por qué no me reclamaste entonces?”

La última vez que lo vi fue en la Feria del Libro de Madrid dedicada a República Dominicana. Le agradezco a Martha Rivera que con su mirada de escritora me refrescara el momento: fue a la salida de un conversatorio que sobre mi libro “Mañana te escribiré otra vez”, sostuvimos con la filósofa española Amelia Valcarcel. Bromeó muchísimo sobre las dificultades que presentan este tipo de eventos multitudinarios y al aire libre para quienes necesitan ir al baño.  

Lo llamé la última vez cuando el Covid 19 nos dejó sin Jenny Polanco, abuela de sus nietos.  Estábamos muy tristes los dos y me agradeció el abrazo y la compañía, aunque fueran tan lejos como todo lo virtual.   

Ahora que ni siquiera podemos despedirlo dándole a su Sobeyda el abrazo apretado que quisiéramos, me lo imagino riendo o sonriendo y me dan ganas de preguntarle si hay risas allá, donde se nos ha ido.

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Minou Tavárez Mirabal. Dominicana, mujer, madre, filóloga y política. Vicepresidenta de Alianza País.