Dedicado a Sergio de Jesús (Pipí) y Carlos Paula (Canillita), dos legendarios Robalagallina

El Carnaval constituye la mayor fiesta de celebración de nuestra identidad. El espacio mágico donde se expresa a plenitud la compleja y rica diversidad cultural que se ha forjado históricamente en esta media isla. Su fuerza trasciende los límites generacionales, los colores partidarios y los estatus sociales; como si se resquebrajara temporalmente el sentido convencional de la cotidianidad y se desdibujara la línea rígida que delimita las estructuras jerárquicas predominantes a nivel socioeconómico. Es el momento en que lo común se torna excepcional, donde a través de una máscara se ritualiza otro sentido de la vida para producir una intensa y contagiosa cohesión social; produciendo una cierta ruptura en el ser y su entorno, y en su misma temporalidad, así en la vida política y religiosa del país, confrontando y redefiniendo calendarios católicos y fechas patrias.

Junto a ello, debemos precisar con toda claridad que el Carnaval no es una simple celebración festiva de la cultura dominicana. No es sólo serpentinas, disfraces, máscaras, colores, música, pitos y bailes. Es mucho más que un pasatiempo. Más que una temporada. Más que una gozadera envuelta en risas y alcohol. 

Para los carnavaleros de corazón, el Carnaval es una forma de vida. Es un sentimiento profundo, que trasciende los descontroles y los márgenes aceptados de permisividad; incluyendo la más insospechada inversión de valores. Es la manera más intensa de celebrar su existencia. Es cuando se encuentran con su más complejo ser espiritual. Es cuando el orgullo de identidad se revuelca en las esquinas del barrio, en los caminos y calles de los pueblos, llenándose el aire de una danza ritual, donde aparecen los rostros y latidos de los ancestros entre formas desdibujadas e imaginarias. Es una tradición de pura pasión y compromiso interior que se transmite de generación en generación, donde tiende a predominar un factor devocional que conecta con la fe y las energías sobrenaturales. Es un mundo lúdico que se desdibuja entre lo sagrado y lo profano.

Origen y período del Carnaval

Tradicionalmente ha predominado la visión del origen occidental del carnaval como fenómeno sociocultural universal, representando ello la perspectiva eurocéntrica. La gran mayoría de los estudiosos señalan una génesis vinculada a las fiestas paganas romanas, como las saturnales (dedicadas a Saturno, dios de la cosecha y la agricultura) y las lupercales, dedicadas a Baco, “dios del caos, la fiesta y el vino”; donde la sexualidad, el placer corporal y la fertilidad se erigían como referentes centrales, tanto de cara a la mujer y el hombre como a la naturaleza. De allí, por igual, la relación con el surgimiento posterior de San Valentín. 

Otros investigadores extienden la mirada unos cinco mil años atrás, estableciendo relaciones con ceremonias y festividades tradicionales en Sumeria, por el Oriente Medio (asumida por muchos como “la primera civilización del mundo”) y en el Egipto antiguo, como las dedicadas al toro Hap o Apis, dios solar y de la fertilidad o gran dios y rey mítico Wosir (Osiris), produciéndose posteriormente manifestaciones similares en Grecia y en el Imperio Romano que luego se expandieron a la mayor parte de Europa, de donde pasó a América con el proceso de conquista y colonización, en especial con los españoles y portugueses. De muchas maneras, esta se convierte en la otra perspectiva afro céntrica sobre el origen y evolución histórica de dicha gran festividad cultural universal.

A pesar de no ser asumido de manera abierta y expresa por las altas jerarquías eclesiales, existe una relación muy estrecha entre el carnaval y la tradición católica, a partir de su consolidación en los territorios de occidente. Quizás los dos puntos de partida más remotos se ubican: uno el 19 de junio del año 325 cuando se realiza el “Concilio de Nicea” dirigido por el emperador Constantino y el otro el 27 de febrero del año 380, cuando se produce el decreto “Cunctos Populos” por el emperador romano de oriente Teodosio, el cual establecía definitivamente el cristianismo como la religión exclusiva del Estado Imperial, dando plena libertad para la integración, rechazo o persecución de otras formas de cultos y prácticas religiosas definidas como paganas.

Pero lo más trascendente y que definitivamente marca la ruptura a nivel histórico-cultural, respecto a la proliferación, enriquecimiento y diversificación del carnaval, fue la emisión de la bula “Transiturus De Hoc Mundo” por el Papa Urbano IV en el año 1264, cuya esencia fue la de dejar establecida la fiesta litúrgica del Corpus Christi y permitir la celebración de “fiestas religiosas con disfraces alegóricos del triunfo del bien sobre el mal”. Era la última etapa del medioevo occidental, sellado por el sistema feudalista, y el catolicismo buscaba expandir su poder a través de la cooptación de otras ritualidades populares, que terminaban siendo integradas al calendario católico-romano.

De esta estrecha relación iglesia-carnaval es que surge el nombre y el período mismo en que se efectúa esta gran fiesta, el cual normalmente se fija tres días previos al inicio de la Cuaresma, que abarca 40 días antes de la Semana Santa. Esto es, tres días antes del Miércoles de Cenizas. Simbólicamente, lo pagano, el sexo, el desenfreno, los placeres humanos pasan por esta hoguera y así se logra el retorno al “orden natural”. De aquí el término de origen en latín medieval “carnevalerium”, cuyo significado es: “despedida de la carne”. Por igual, se ha usado el término “Carnestolenda” para identificar este período, caracterizado por el consumo y fiesta de la carne, más sus excesos. 

Pincelada histórica sobre el Carnaval RD

A partir de todo lo expuesto, es comprensible que no sea posible analizar y entender en todas sus dimensiones nuestro carnaval sin sumergirnos en la profundidad y complejidad de los extensos e intensos movimientos, cambios y rupturas histórico-culturales universales por los que ha atravesado la humanidad; y de forma específica el que más nos concierne entre África, Europa, España, América y el Caribe.

Por ello, José Guerrero plantea con mucho acierto que “Cuando la República Dominicana celebra su carnaval en la capital y las provincias con sus singularidades, participa sin saberlo de un viejo inconsciente colectivo que, una vez despierto en la Hélade dionisíaca, recorre y sobrepasa las grandes civilizaciones grecorromanas, el nacimiento y muerte de Cristo, la Edad Media (donde toma la forma de carnevale), las luces del Renacimiento, el Descubrimiento de América, la esclavitud de África, el colonialismo europeo, las guerras de independencia, el desarrollo del capitalismo manufacturero, el ascenso y caída del socialismo europeo, la represión de las dictaduras, el prurito hipócrita del falso moralista, la crítica de los censores eternos, la alienación cultural y la actual pérdida de los valores patrios.” (Conferencia sobre “El Carnaval Dominicano: Universalidad y Singularidad. 20 diciembre 2010).

De manera específica, en el caso dominicano hay referencias de ciertas expresiones de carnaval durante el período colonial por parte de las élites españolas; pero la constancia de manifestaciones populares se ubica entre la Independencia de la República de 1844 y la Restauración (1863-1865), muy vinculadas a las conmemoraciones políticas y patrióticas, con incidencia hasta el gobierno de Ulises Hereaux (Lilís) a finales del siglo XIX. Allí se iba fraguando su proceso de criollización. Durante todo el siglo XX predominó una celebración elitista a nivel oficial y privado, tanto durante la dictadura trujillista como en los doce años del reformismo seudodemocrático balaguerista, produciéndose paralelamente manifestaciones crecientes de los carnavales populares, aunque marginales, locales y de forma soterrada o callejera.

El punto de ruptura se inicia en 1983 cuando se acuerda por primera vez la realización de un Desfile Nacional de Carnaval con la muestra de todos los carnavales del país en el Malecón de Santo Domingo, durante el gobierno del PRD, en cuya comisión organizadora jugaron un rol protagónico doña Milagros Ortiz Bosch y Dagoberto Tejeda, a quien consideramos el más importante investigador, promotor y defensor del carnaval en toda la historia de la República Dominicana. A partir de allí, el carnaval dominicano ha crecido de manera extraordinaria, tanto en aspectos organizativos como en la calidad de sus contenidos. Sin embargo, a pesar de ser un país predominantemente turístico, todavía no estamos posicionados en los listados especializados sobre los principales carnavales del mundo.

Vale destacar que en este momento los carnavales más valorizados y mejor mercadeados a nivel internacional son: Río de Janeiro (Brasil), Venecia (Italia), Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias (España), Mazatlán (México), Barranquilla (Colombia), Mardi Gras en Nueva Orleans (Estados Unidos), Veracruz (México), Colonia (Alemania), Oruro (Bolivia), Niza (Francia), Notting Hill (Londres, Inglaterra), Cádiz (España), Viareggio (Italia), Trinidad y Tobago (considerado por algunos como el mejor carnaval caribeño), Carnaval de Invierno de Quebec (Cánada), Crop Over (Barbados), Sitges (Barcelona, España), Las Culturas de Berlín (Alemania), Fasnacht de Basilea (Suiza) y Salvador de Bahía (Brasil) con el récord Guinness como “la fiesta más grande del mundo”, con más de dos millones de personas.

A pesar de ello, podemos asegurar que, más allá de ese no reconocimiento o posicionamiento, República Dominicana posee uno de los carnavales más ricos y extraordinarios existentes a nivel mundial; teniendo como base la inmensa diversidad expresada desde toda la territorialidad y la inagotable capacidad creativa y de contagio colectivo de nuestro ser isleño-caribeño. El punto crítico ha estado en la falta de una estrategia y una inversión real por parte de los sectores involucrados a nivel sociocultural y turístico, tanto público como privado; predominando una fuerte resistencia hacia la valorización de las manifestaciones de las culturas populares, la mayoría de base afro, y la no asunción de la cultura como espacio clave y determinante en la diversificación del turismo y en la productividad misma en el mercado, tal como se plantea hoy día en los modelos de Economía Naranja.

Otra Perspectiva

Se hace urgente otro enfoque y otra voluntad política. Hoy en día el Carnaval debe ser analizado desde una dimensión más amplia y de totalidad, a partir de la globalización, la protección del patrimonio intangible y el complejo funcionamiento de las competencias en los mercados internacionales. Por tal motivo, venimos planteando la necesidad de abrir una reflexión y debate nacional sobre la magnitud e impacto del Carnaval Dominicano a nivel socio-cultural y económico, como base para la redefinición de políticas que posibiliten su reorientación y fortalecimiento, de cara a la conservación de sus manifestaciones tradicionales y a su impulso como destino turístico nacional e internacional y catalizador de las nuevas industrias culturales y creativas, donde los carnavaleros y sus estructuras organizativas habrán de tener un rol protagónico.

El Carnaval es parte esencial de la Marca País dominicana. Así debe asumirlo nuestro sector turístico, el Ministerio de Cultura y la gestión central gubernamental. Ya existen experiencias interesantes, que podrían ser replanteadas y potencializadas, como son los casos de Punta Cana, Bávaro, Barahona, Santo Domingo, Santiago, La Vega y Puerto Plata. En la región Este se podría ver la factibilidad de un tercer carnaval en el poblado de Bayahíbe, bajo un concepto refrescante que vincule lo playero, marino y turístico.

Estamos convencidos que no es sostenible seguir abordando el carnaval dominicano como una acción coyuntural, sin estrategia ni un plan que lo guíe y mucho menos sin un consenso de sus actores fundamentales. Los puntos centrales están en los procesos de capacitación y liderazgo, nuevos modelos de creatividad e innovación, estructuras organizativas, promoción y mercadeo; teniendo siempre las identidades y tradiciones como esencia y la claridad de que los bienes y servicios culturales no son cualquier mercancía y requieren un abordaje muy particular, en base a las reglamentaciones y acuerdos internacionales.

Esta nueva perspectiva pasa por: 1) la realización de un Congreso Nacional de Carnaval dirigido a la construcción de un nuevo proyecto para su transformación y desarrollo, con el consenso básico de todos los sectores involucrados ;2) la reformulación y reestructuración de la Ley Orgánica y el Sistema Nacional de Cultura, incluyendo la poco eficiente Comisión Nacional de Carnaval; 3) una declaración patrimonial por parte del Congreso Nacional y 4) la emisión de un nuevo decreto del Poder Ejecutivo para tales fines, el cual implique a los Ministerios de Turismo, Cultura, Educación, Industria y Comercio, Economía, Planificación y Desarrollo, el Consejo Nacional de Competitividad y el Gabinete de Innovación. 

Un eje central sería la estructuración de las Escuelas Permanentes de Carnaval como espacio sistemático de formación para el desarrollo cultural, donde se integre la artesanía, confección de caretas y trajes, diseño, música, construcción de instrumentos, danza, coreografías, tecnología y producción de eventos, mercadeo, gestión y gerencia cultural, publicidad, estrategia de comunicación y todo lo que aporte a la profesionalización del sector y su capacidad competitiva.

Reitero, el Carnaval constituye la mayor fiesta de celebración de nuestra identidad. El espacio mágico donde se expresa a plenitud la compleja y rica diversidad cultural que se ha forjado históricamente en esta media isla. Pero, además, representa uno de los mayores potenciales para la productividad y diversificación económica de República Dominicana. Por lo que, es tiempo de valorarlo y tomar decisiones a su favor.

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Roldán Mármol. Cantautor, Sociólogo y Productor Cultural.

Imagen de portada: Roberto Fernández de Castro, cardiólogo y fotógrafo dominicano.