Uno de los nombres asignados a los grupos emigrantes es el significativo “Diáspora”, con el objeto de aglutinarlos bajo un solo sustantivo. Diáspora –del griego διασπορά (diasporá), que significa “dispersión”– indica, en primera instancia, la dispersión o dispersiones históricas del pueblo judío por el mundo. Ya en una segunda acepción, según lo define el Diccionario de la Real Academia Española, hace referencia a la diseminación por otros espacios geográficos de cualesquiera grupos humanos “que abandonan su lugar de origen”, por causas tan diversas como problemas económicos y conflictos étnicos, sociales o políticos, y no exclusivamente religiosos como en principio aconteció con la diáspora hebrea que da origen al concepto.

Otros vocablos igualmente novedosos y al uso en tiempos modernos son Transterritorialidad (la nación no es el espacio geográfico sino el pueblo, el colectivo), Desarraigo y Transnacionalidad o Transtierro –condición que define a quien se encuentra física, mental o emocionalmente entre tierras, países, patrias, hogares, etc. Extraterritorialidad, concepto creado por George Steiner, es un tanto distinto en su significado, restringido a la escritura literaria –aunque por allí se tocan sus aristas–, y expone más bien los casos de escritores que, sin necesariamente estar fijos en un territorio, se expresan en más de una lengua. Por razones obvias, existen escritores latinoamericanos con esta condición de extraterritorialidad, pero no son el objeto de la propuesta presente en este número de Plenamar, enfocada en escritores que publican obras en su lengua original, pero viviendo en los Estados Unidos. 

Un sugestivo dossier que ha preparado el novelista argentino Fernando Olszanski, subraya la indiscutible relevancia que ha adquirido la literatura latinoamericana escrita en español en Estados Unidos. Una escritura del desarraigo que, al construirse, crea arraigo, señala Olszanski: esa literatura producida por escritores inmigrantes de nuestros países latinoamericanos a la que la peruana Ani Palacios llama “literatura fusión”. Escritores de todos los géneros, que escriben en español incorporando la nueva experiencia, una literatura en la que “todo se vale”. Luis Alejandro Ordóñez, de Venezuela, ofrece un testimonio directo, una autobiografía de ese “arraigo en el desarraigo”, mientras que la colombiana Fermina Ponce recuerda el aspecto que este fenómeno asume en la producción poética suya y en la de otras plumas.

Servimos otros platos exquisitos en abril: una nueva visión sobre la novela de Ángela Hernández titulada “Charamicos”, y un enjundioso trabajo ensayístico de Jochy Herrera sobre la simbología de los pechos femeninos, la desmitificación del seno y su relación con el poder político, la censura, el simbolismo psicoanalítico de las mamas, la expresión plástica de los pezones y la consecuente reacción de este hecho en las masivas redes sociales.

¡A navegar!