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hablabas “por compasión” desde tu propia agonía hasta que el ronquido de otro estertor tomó posesión de tu voz
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y ese árbol que parecía un hermano que proyectaba su sombra sobre ti ya no te cubre su imagen se aleja el sol está solo ahora mandando La sombra inicia el bosquejo del fraccionamiento y sobreviene el vaivén de la desaparición aunque no estés: te veo aunque estés: no te veo

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que no digas que ese árbol extendiéndose
sobre la puerta de mi casa
se parece a la muerte
que no lo digas
que no digas que ves mi silueta
debajo o detrás
tapiada por él
que no lo digas
(porque los días del verano fueron felices y a la memoria le gusta respirar)
que no digas que no recuerdas la imagen
de la piedra de pie
brillando bajo el sol
cuando la esplendidez todavía
no intentaba vaciar su espesura
Que no digas que ves el tronco del árbol
en la puerta de mi casa
tratando de entrar
forzando una horizontalidad
que incorpore mi silueta
como si yo no tuviera lecho
como si nunca lo hubiera tenido
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María Auxiliadora Álvarez (Venezuela, 1956). Poeta, ensayista y académica. Autora de Cuerpo (1985), Ca(z)a (1990), Inmóvil (1996), Pompeya (2003) y El eterno aprendiz y resplandor (2006), entre otros. Reside en Estados Unidos desde 1996.