México

A Francisco Hernández

Avanza al cobijo de la noche

con pezuñas que arrojan centellas.

Al verlo pasar las casas despiertan,

las ventanas se abren, la vida sale 

a la puerta. Canta la pradera.

En el sueño del caballo 

el es .


Galopa de un cielo a otro Cielo:

La espuma de sus belfos, el vaho de su raza, 

el santo y seña de su porvenir.

Resopla, se encabrita 

en el exacto límite del mundo. 

En el sueño del caballo

el jinete es un relámpago.

Aplasta la tierra, la hiere, la desloma:

de cada coz nace un volcán. Regresan

los muertos en batalla, encarnan

los fantasmas –hay pólvora en sus ojos-

y la noche es un río de ruido y de ceniza.

En el sueño del caballo

el no .


Corre cada vez más aprisa,

cada vez más cerca de la muerte.

La crin derriba una estrella, 

la cola fustiga cuervos,

cada vez más cerca de la muerte.

En el sueño del caballo

no hay jinete.


***

Cristóbal y el niño

Cuenta la Leyenda dorada 

que el bondadoso fortachón

trepó al niño en sus hombros 

y comenzó a cruzar el río.

Al tiempo que crecía el peso 

del niño, aumentó el nivel de las aguas, 

como si su cuerpo fuera de plomo.

Hacia la mitad del cauce 

Cristóbal creyó que no podría 

soportar el ímpetu del río

ni aquella carga enorme, intolerable.

Sus pies se hundían en el fango. 

Pero se sobrepuso y cruzó.

“Cristóbal –dijo el niño entonces–

no te extrañe ese peso terrible

porque sobre tus hombros cargabas

al mundo entero y al dolor del mundo”.

Y es cierto. Este mediodía los vi. 

Bajaban juntos la cuesta 

empedrada del cerro, rumbo al lago. 

El niñito, ahora adolescente, trastabillaba;

era visible su dificultad al andar, su lucha 

por hacer los más simples movimientos.

El hombre lo tomaba del brazo, 

lo soltaba, volvía a sostenerlo.

Llegaron al final, donde el talud 

se convierte en una escalera.

“¿Y ahora?”, pensé.

Pues nada: el hombre le ayudó a subir

sobre su espalda, a caballo.

Descendieron, paso a paso,

escalón tras escalón. 

Atravesaron la carretera 

bajo el sol del verano

–yo diría que contentos–

hacia el lago impasible.

Herminio Alberti León, fotógrafo artístico merecedor de reconocimientos nacionales e internacionales.