AGUA

Por las aguas del Atlántico se fueron abriendo paso entre las obscuras olas las naves españolas que traían a los agentes que, una vez llegados a las playas de lo que luego sería América, desembarcarían entre la miríada de deseos y sueños, un juego de raíces que se perdía en casi al inicio de los tiempos: el carnaval…

Sucedió así: Cuando los europeos que se embarcaron en las naves de los colonizadores no sólo traían una experiencia práctica y un esquema de pensamiento distintos a los que encontrarían en las falsas tierras del Oriente, sino también una visión muy particular de la risa. Sin ellos proponérselo, traían en las húmedas bodegas parte del inventario carnavalesco: los cascabeles, la bisutería de vidrio, las telas llamativas, los espejos. De alguna manera, la farsa que traían entre manos para realizar el comercio descansaba materialmente en la farsa carnavalesca. Traían las armas necesarias para montar una conquista y, sin darse cuenta, también los elementos para montar un carnaval. 

TIERRA

El carnaval entró al Nuevo Mundo por la isla de La Española. Una vez afincados en las nuevas tierras, por ser la Concepción de la Vega una villa importante en los inicios de la Colonia, donde los colonizadores españoles reimplantaron su modelo de socialización urbana, muchos (jugando al juego de la historia oficial) han dado a creer que allí se celebraran los primeros carnavales del Nuevo Mundo. Según algunos historiadores, La Vega fue la primera ciudad de América en que se celebraron fiestas carnavalescas, y para sostener ese criterio citan documentaciones de las primeras décadas del siglo XVI. Pero otros afirman que fue en la villa de Santo Domingo de Guzmán, basados en documentos previos al 1520; por ejemplo, una real cédula del 11 de febrero de 1547, en la que se informa textualmente que, desde su fundación, en la ciudad de Santo Domingo se hacían invenciones carnavalescas para la fiesta de Corpus Cristi. En fin, como en todo asunto que tenga que ver con el rastreo de expresiones populares, raramente habrá certeza en la afirmación de originalidad. Para algunos, podría tener sentido la idea de que el carnaval se celebró por primera vez en la Concepción de la Vega, debido a que en dicho sitio, que fuera una villa importante para el incipiente imperio español, estaban dadas las condiciones para la celebración de fiestas populares.

Dentro de este juego de orígenes, el folklorista Fradique Lizardo afirmaba que para 1510, después de Fray Bartolomé de las Casas cantar en la villa la primera misa nueva, fueron celebradas farsas carnavalescas. Era el tiempo anterior a la Cuaresma y en aquella ocasión se encontraban en la ciudad el Almirante, autoridades y gran parte de los habitantes de la isla, pues era época de fundición de oro. El ambiente era de feria, y aunque a la sazón había en la isla una gran escasez de vino, debieron celebrarse diversos juegos tradicionales, como se acostumbraba a hacer en las ferias medievales.

En ese tipo de actividades, los europeos solían bailar, realizar torneos en los que se simulaban luchas de caballeros, escenificar escaramuzas de cristianos contra los moros, tirar huevos, lanzarse cubetas de agua… Si era tiempo de carnestolendas, era natural que se incluyeran los juegos de carnaval. En su libro La Concepción de la Vega, el historiador Mario Concepción refiere el proceso por amancebamiento seguido contra el alborotoso y pendenciero canónigo Álvaro de Castro. En el expediente, un testigo dice haber visto a dicho canónigo junto a otros durante ciertas fiestas y …tomar unos apellidos de moros y los otros de cristianos y escaramuzar él en la una parte con los otros cavalleros e andar tan regocijado como sy fuera un seglar… Estas escaramuzas realizadas por un religioso, que son propias de seglares, nos muestran que en La Vega los españoles reimplantaron sus costumbres festivas.

AIRE

Los suspiros son aire y van al aire… suspiros a los que la voz popular ha convertido en “palabras”, palabras que siguen siendo aire aunque se hayan concretizado en la escritura. Esas palabras-aire se insuflan con cualquier dato y, quiérase o no, fluyen como un suspiro. En ese signo veleidoso, por ejemplo, se contienen determinadas informaciones sobre el origen vegano de ciertos personajes del carnaval nacional. Las soplaremos hasta este punto, siempre asumiendo que todo lo que tenga que ver con el origen de una manifestación popular corre el riesgo de diluirse en el aire, pero no abandonando jamás la marca de la palabra liberada. Créase o no, lo que se dirá aquí fue recogido del aire de Jovino Espínola, el cronista vegano por excelencia…

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Soplemos el robalagallina. Va de cuento. Dijo don Jovino, en una crónica de 1956, que una señora le dijo que durante la ocupación haitiana que duró de 1822 a 1844, un soldado haitiano le robó una gallina a una señora. La señora se quejó ante el gobernador militar, general Plácide Lebrún, y éste, tras hacer confesar al ladrón, impuso el siguiente castigo: Que al culpable se le embadurnara el cuerpo con miel y se le pegaran encima las plumas de la gallina que había robado y que ya había desplumado casi por completo; acto seguido, que fuera sacado por las calles de la ciudad a ritmo de tambor y que en cada esquina le dieran una tunda de palos. Así se hizo, y cuando la población, curiosa, preguntaba por qué golpeaban al hombre, los soldados informaban que por robarse la gallina. Espínola afirma que este fue el origen del mamarracho que conocemos como robalagallina, ya que a partir de esa época aparecieron diversos mamarrachos inspirados en dicho episodio.

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Y habló don Jovino Espínola del personaje de Nicolás Den-Den, un mamarracho que, aunque no es popular en La Vega, ha tenido una singular presencia en otros carnavales locales. Cuenta nuestro cronista que siendo él muy niño, en el tiempo posterior al año de 1899, vino a la ciudad un grupo de gitanos exhibiendo el espectáculo de una pareja de osos amaestrados. El oso se llamaba Nicolás y la osa, Nicolasa. Eran domados por unos viejos armados de garrotes. Al llegar a una esquina, ante el grupo de espectadores callejeros que se reunían atraídos por la música, un viejo jorobado le hablaba al oso Nicolás de esta manera: “¡Nicolás, baila la polka!”. En seguida, el animal se paraba sobre sus dos patas traseras y empezaba a danzar al ritmo de una pandereta tocada por una vieja gitana, quien le cantaba: 

Den, den, den…

Baila la polka Nicolás,

báilala sólo una vez,

pa’ ti no más.

Den, den, den…

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FUEGO

Si algo se parece al fuego dentro del carnaval vegano, es el diablo cojuelo. Con sus colores chispeantes como la luz, su movimiento impetuoso y el inesperado golpe que se origina de sus llamas, el diablo cojuelo provoca la admiración y el temor de los visitantes a las mascaradas veganas.

El diablo cojuelo se desprende de las fiestas de Corpus Cristi celebradas en los atrios de las iglesias. Teniendo en cuenta que en La Vega el catolicismo tuvo su primer afianzamiento en el continente, no sería exagerado imaginarlo en los atrios veganos entre finales del siglo XV e inicios del siglo XVI. Pero su presencia concreta se registra en el siglo XX. Sin ofrecer documentaciones, Virginia Gómez Heredia, según menciona el historiador Mario Concepción, informa que en 1906 salieron del Club Juventud aproximadamente 40 diablos cojuelos.

Todavía hasta la década de 1980, la alta sociedad –con escasas excepciones– rechazaba al diablo cojuelo, y tenía el criterio de que sólo era la gente baja, los tígueres, quienes utilizaban esos disfraces. Pero aun siendo considerado un personaje de tígueres, a partir de los ochenta se convirtió en un personaje que se extendió por todas las capas sociales. Yo pienso que su protagonismo se debió, en parte, a estos cuatro factores: Primero, al prestigio histórico del personaje; segundo, a su amplia presencia en los grandes carnavales populares del país; tercero, a la relativa facilidad con que se monta el personaje, mucho más fácil que las complejas comparsas de los antiguos carnavales de salón, y, cuarto, al hecho de que el diablo cojuelo convierte al otro en un sujeto activo que recibe el ataque e interactúa ya sea mediante la fuga o la defensa, contrario al comparsante o los demás mamarrachos, que limitan al otro a ser mero espectador.

El diablo cojuelo es un personaje que se ha constituido en el protagonista del carnaval vegano. Es el único diablo que ha despertado la envida. El diablo cojuelo vegano despierta el veneno de diversos sectores del carnaval dominicano, incluyendo, vergonzosamente, de los funcionarios de la cultura estatal, quienes olvidan que, aunque ciertamente el personaje vegano es uno más, eso no significa que sea uno menos. Nunca olvido la palabra de un gestor carnavalesco capitalino, que se refirió a nosotros como “los diablos ricos de La Vega”, algo que me pareció estúpido, aunque debo reconocer que por primera vez en mi vida me sentí millonario.

En suma, tras cerrar este cuarto elemento y, con él, este articulito, antes de poner el punto final esbozaré unos criterios. El diablo cojuelo vegano tiene el mismo origen que el dominicano. No existe en el país otro carnaval que identifique más a una ciudad y que haga sentir mayor orgulloso de la tradición a sus habitantes que el vegano. El diablo cojuelo no es una pieza de museo, sino un carnaval vivo, que el vegano hace a diario y lo muta a su conveniencia como todo el mundo hace con las cosas que no están muertas. El carnaval vegano ha establecido el modelo de montaje de evento que prevalece en las festividades más populares del carnaval en el país: es decir, en este país ningún carnaval callejero que tenga resonancia moderna se monta si no es partiendo de la experiencia de la gestión carnavalesca vegana. A eso último es lo que yo llamo veganización del carnaval dominicano. Y con esa última pelota caliente –porque estamos en el elemento fuego–, y con todo el orgullo de ser parte de “los diablos ricos de La Vega” dejo que arda Troya. 

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Pedro Antonio Valdez (La Vega, 1968). Narrador, poeta, dramaturgo, ensayista y crítico. Licenciado en Educación, Mención Filosofía y Letras y magíster en Literatura por la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Imagen de portada: Roberto Fernández de Castro, cardiólogo y fotógrafo dominicano.